Lunes 25 de noviembre.
Hace frio, mucho frío, bajar del coche en uno de los días
probablemente más fríos de este invierno la paga el viajero con una tiritona
que le hace castañear los dientes. Comienza a pedalear para tratar de entrar en
calor, pero no lo consigue, la nariz le gotea y los ojos se le llenan de
lágrimas, los dedos rígidos no le permiten manejar con éxito el gps y con la
ayuda de algunas fincas valladas, pierde el recorrido del antiguo ferrocarril.
Continúa como las tortugas, por la velocidad y porque lleva el cuello tan
encogido que las orejas le tocan en los hombros. Continúa y termina por salir a la carretera
que viene de la Venta del Olivo a Jumilla tratando de recuperar el antiguo
trazado, lo intenta en varias ocasiones teniendo que desistir porque en este
país el metro de alambrada debe de ser muy barato o será cosa de subvenciones
por alambrar, sino no, no se entiende que se cerquen fincas plantadas de
almendros.
En el límite del término municipal de Jumilla, junto a una gran
balsa de riego, en su parte de atrás, retoma el antiguo trazado el viajero que
le trae recuerdos de años anteriores cuando lo recorrió sin gps ni monsergas,
con mapa en mano y lo hizo mejor que ahora, también es verdad que había menos alambradas
lo que le permitió hacer un recorrido muy similar al trazado del ferrocarril.
Sigue algún quilómetro más y regresa, campo a través, a la carretera, esta será
la tónica hasta llegar a Jumilla.
Una antigua estación, la del Chato, tiene hoy otros transeúntes, cree el viajero
que de raza segureña a los que mira con buen ojo, imaginándose unas costillas a
la brasa de los sarmientos que abundan por la zona, como aun no ha almorzado
hace un esfuerzo y se concentra en la estación; construida en sillería,
presenta buen aspecto, no así el muelle que ha perdido parte del tejado, esta
toda cercada y es dormidero de borregos.
El trazado, aunque reconocible, está intransitable, unas veces por las
ocupaciones, otras, por la falta de las vigas metálicas que salvaban las
alcantarillas y otras por estar invadida por la maleza. El Puntal, aun sigue en
pie y es la última estación que vera el viajero antes de entrar en Jumilla. La
población se asienta bajo el cerro de San Jorge, asentamiento de los hombres
desde la edad del bronce. Por él pasaron iberos y romanos, los musulmanes
construyeron castillos y mezquitas que los cristianos sustituyeron por
fortalezas y ermitas.
La estación es la base de Protección civil y se encuentra en
buen estado. Almuerzo ligero y hacia Yecla. En la primera parte de este tramo
la plataforma es impracticable, por lo que se pedalea por una coqueta carretera
hasta las estribaciones del Carche, donde hay que desviarse por una
carreterilla que sale a la izquierda, de pedalear cómodo, y que coincide con la antigua plataforma de
ferrocarril. La estación aun se mantiene en pie, aunque seguramente no por
mucho tiempo. Esperan las monastrell pacientes, liberadas ya de los negros
racimos y las rojas hojas otoñales, la poda y reverdecer con los primeros soles
primaverales.
El Ardal y Gamellejas ya no existen y la siguiente El Rosario,
se encuentra en estado lamentable. Camino Murcia parece ser casa de recreo,
encalada y con puerta y cartel de un intenso verde con sus letras en blanco, lo
que fuera anden es ahora un sombreado porche para solaz de sus ocupantes. La
siguiente, Pinillos, ha perdido el tejado y Quiñones esta derruida. La de
Yecla, en buen estado, está ocupada por Caritas. Narra Azorín bellas páginas
sobre Yecla, la milenaria Hécula y el municipio más norteño de la Región de
Murcia: “Radiante, limpio, preciso, aparece el pueblo en la fachada del monte.
Aquí y allá, en el mar de los tejados uniformes, emergen las notas rojas,
amarillas, azules, verdes, de pintorescas fachadas”.
Son alrededor de las dos de la tarde y el viajero piensa que
más vale pájaro en mano que… y decide parar a comer en el bar La Familia,
próximo a la estación y además le dejan entrar también la bicicleta. Por seis
euros come ensalada, paella, su correspondiente cerveza, otra para hidratar,
pan de calatrava y café. Repuesto y con buen ánimo retoma la ruta hacia
Villena, el frío sigue estando, pero se le antoja algo más llevadero. Pedalea
entre almendros y campos de labor por el altiplano, la vía, el camino de la
Vera Cruz, el de Santiago y del Cid caminan juntos. Va alegre porque es cuesta
abajo, llega a la esta estación de Las Virtudes ya en tierras alicantinas,
donde todo cambia para bien con el trazado como vía verde hasta Villena. Piensa
el viajero que los de Alicante tienen más dinero o se preocupan más.
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