domingo, 6 de diciembre de 2015

Tres días al sol (De Almería a Águilas en bicicleta) III

Jornada III (De Carboneras a Águilas)



Es algo tarde, voy al baño, de regreso miro la cama, mi silueta grabada en el colchón, acogedor y tibio me atrae como un abismo insondable y me precipito en él. Me despierto sobresaltado, miro el reloj, son las nueve. No pasa nada, tengo tiempo, mi tren no sale de Águilas hasta las 18.45, recojo con calma y bajo a desayunar; churos y café. Es el mismo local en el que cene anoche, por cierto  estupendamente, y también he dormido. Propiedad, como otros muchos de un tal Felipe, hoteles, restaurantes, bares... da la sensación de que medio pueblo le debe pertenecer. Pregunto si por casualidad tienen un poco de aceite para la cadena, amables se preguntan entre ellos y el encargado del hotel me lo proporciona. ¡Que falta le hacía a la pobre, después de tanta arena y pedregales!



La carretera continúa junto a la costa. Paso bajo el polémico Algarrobico antes de comenzar la preciosa subida al alto de la Granatilla, que no se hace tan dura. Si sorprende la siguiente, corta, pero que obliga a emplearse a fondo. Fascina, al resguardo de una curva, la visión de los esqueletos fantasmagóricos de una malograda urbanización, junto a una torre medieval y un campo de gol.



Montaña Indalo, la Garrucha, Vera Playa, etc., se suceden a lo largo de la costa como las cuentas de un rosario, cuentas blancas sobre arenas negras. Este tipo de enclaves me suscitan una extraña mezcla de amor y odio. Me gustan por la variedad de tipos humanos que encuentras en ellas, depredadores y depredados, estos últimos encantados de haberse conocido, contentos y felices de que los fagociten. 

  
 
Una rambla, la del Agua, pone la nota de color con los copos amarillos de los juncos y el verde de sus aguas sobre las que navegan elegantes las aves. A la salida de Molinicos, una torre vigía, moderna, del XVIII que junto a otras muchas, antiguas y modernas, jalonan la costa. Se construyeron para defenderse de la piratería berberisca que asolaba estas tierras hasta bien entrado el XIX.




El sol pega de plano en este medio día sin viento, falta poco para el Pozo del Esparto dónde voy a comer. Es curioso, en este local he comido dos veces y las dos han sido con la bicicleta. Recuerdo; que en la primera aún no habían urbanizado el pequeño paseo marítimo, y comí bajo un toldo en la misma playa. Se sigue comiendo como la primera vez; bien y barato. Hoy un sabroso potaje de primero, atún a la plancha de segundo y arroz con leche de postre. Café incluido diez euros.



Me molesta equivocarme, no tanto por los kilómetros de más, si no por el hecho de dejarme llevar por la carretera y no por mi intuición. Mi primer impulso fue dirigirme hacia Terreros, en cambio seguí las indicaciones que me encaminaban a Águilas y termine en la circunvalación, carretera amplia y con arcén, pero poco atractiva. A la primera oportunidad he regresado a la vieja compañera, aún antes de Terreros. Últimas calas andaluzas y entramos ya en la región murciana. El Castillo de San Juan vigila nuestro paso, la estación esta cerca y con ella el final de nuestro viaje.



Mariano Vicente, 2 de diciembre de 2015    

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