Muchas veces en esta vida las cosas surgen
porque sí, sin proponérselo. O estaba decidido de antemano por el destino, la
cuestión es que uno no sabe porque ocurren ciertas cosas, pero lo cierto es que
ocurren. Y esto me ha pasado a mí con mi vieja Conor, de estar llena de polvo
en el garaje a estar en la primera línea de mis pensamientos. No sé cómo, pero
sin apenas pensarlo he invertido tiempo y dinero en ella, mucho más de lo que
en un principio pensé. Entre unas cosas y otras, sin valorar lo que me han regalado
los compañeros, me he gastado más de 300 euros y aún no he acabado.
He tratado de justificarlo con la peregrina
idea de que me gusta más el manillar de carretera que el de montaña, o de las
"malas influencias" de mis amigos cántabros, enamorados de las
bicicletas clásicas, los que hayan hecho que volviera la vista atrás, a esa
vieja Conor que dormía plácidamente en el garaje. Porque para viajar ya tengo a
mi "Negrita" con la que llevo realizando rutas de largo recorrido
durante los últimos años, sin un disgusto, sin averías ni problemas. ¿Por qué
cambiarla? Si realmente tampoco lo voy a hacer, si no me voy a desprender de
ella. Esta vieja Cannondale de aluminio ha compartido conmigo muchas penas y
alegrías, muchos kilómetros por toda la geografía peninsular; no la voy a dejar
tirada, no.
Mi trastero parece el harén de un viejo
sultán. Conviven en armonía bicicletas de montaña y de carretera, viejas y
jóvenes, algunas en perfecta forma, otras no tanto, pero todas en uso. Mis
amigos piensan que estoy loco, algunos hasta me lo dicen, pero yo creo que no,
que los locos son ellos. Ellos son los que se pierden las maravillosas
sensaciones que se tienen cuando montas a una u otra, según el día, las
necesidades o la apetencia. ¡Oh! incrédulos descreídos, os perdéis gran parte
del placer que os puede proporcionar la vida. Allá vosotros.
Hoy por hoy comparto horas y kilómetros;
primero con mi Cannodale Sipnapse, que es la que más uso, la más moderna, toda
ella de carbono y montada con Campagnolo Record con la que recorro las
carreteras de la Región. Le sigue mi "Blanquita", Rush también de
Canonndale, de aluminio y doble suspensión, que utilizó para las salidas de
montaña. Para la ciudad utilizó una Mongoose, muy parecida a una Fixie, pero
con piñón libre y frenos, que uno ya no está para diabluras. Para viajar mi
"Negrita", una F500 de Cannondale con la que comparto ya muchos años
y ahora tendré que compaginar con mi "nueva" y recién recuperada
Conor.
Mi reciente afición a las clásicas ha hecho
que comparta mi tiempo con una estilizada y preciosa Vitus 979 y ruedas de tubulares.
Otra que comparte mi tiempo es una vieja Pinarello, cuadro que me
"cedió" mi amigo Antonio Máximo y que he montado con lo que he
podido. Bielas y platos de mi amigo José Andrés, el manillar no sé de quién,
las ruedas mías, como el asiento. Pero no acaba aquí la cosa mi "lujuria
ciclista" esta llagando a un punto que contagia hasta mi familia. Mi
mujer; Pilar, me regaló estas navidades una Orbea Moncayo, ya desahuciada que
compro en una feria de antigüedades. Oxidada y llena de mugre no presentaba un
aspecto muy apetecible, pero algunos meses después, y unas buenas friegas con
el estropajo de alambre le están haciendo recuperar mejor aspecto. Mi hijo,
compadecido, me regalo para mi cumpleaños pintar el cuadro, cosa que ha hecho
junto con los amigos. Ha quedado perfecta, pero al pobre no sabe lo que se le
viene encima. Pero aún hay más, un cuadro Corbetta con buen paso de rueda está
esperando su momento para entrar en el serrallo. ¿Porqué no una pionera?
Mariano Vicente, mediados de agosto de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por visitar este blog. Si le apetece puede dejarme su comentario.