La palabra Ebro; deriva del antiguo topónimo Iber, que da
también nombre a los pueblos íberos y por asociación a la península Ibérica. "Ibar"
en lengua vasca significa ribera o margen del río.
El corredor del Ebro ha sido utilizado desde tiempos inmemoriales
como paso obligado entre la meseta y el levante de la península con las tierras
cantábricas.
Cántabros y autrigones; ejércitos romanos, árabes,
napoleónicos y carlistas; peregrinos, mercaderes, viajeros románticos y
turistas se han visto obligados a utilizar estos valles como estratégico paso
en su discurrir hacia el cantábrico o en su desplazamiento hacia la meseta o
las tierras riojanas.
El viajero también lo hará. Recorrerá estos utilizados
valles, por gusto, porque le apetece. Utilizará como casi siempre la bicicleta,
inseparable compañera de aventuras, que durante cuatro días le permitirá
recorrer las tierras del Alto Ebro. Valles horadados por el río, que recorrerá
despacio, sin prisas. Cuando tenga hambre comerá; cuando el lugar lo merezca,
se detendrá. Programara las pernoctaciones según los establecimientos
disponibles –ya no tiene edad el viajero para pasar la noche a la intemperie
como hico en otras ocasiones-. Sí puede hará una crónica, del lector espera su
benevolencia y él promete escribirla con la mejor voluntad y empeño.
El Ebro nace a los pies del Pico Tres Mares. Recién nacido
se abre paso impetuoso entre los amplios prados de Campoo de Suso, donde pasta
la Tudanca. Reinosa lo hará urbano, para escapar de nuevo, entre prados hasta
remansarse en el pantano. Lucha con enormes farallones calizos entre los que se
va abriendo paso, formando valles y desfiladeros que se suceden sin solución de
continuidad hasta llegar a la Rioja.
Este será nuestro escenario en los próximos días. Recorreremos
los valles de Valderredible, en Cantabria; Los de Manzanedo, Valdivieso y
Tobalina en Burgos. Veremos tierras de Palencia y Álava y acabaremos en la
población de Miranda –a las puertas de la Rioja-, que lleva de apellido, como
no podía ser de otra manera, del Ebro.
Día primero, de cómo va de Reinosa a Polientes.
Escarchea la mañana y el incipiente sol arranca destellos a
la nieve de los altos de Campoo. El viajero siente entumecidas las orejas y
decide cambiar el pañuelo que le cubre la cabeza bajo el casco, por un gorro
que le cubra las ternillas.
El Ebro, que aflora abundante tras las últimas lluvias,
corre juguetón entre los prados seguido una serpenteante hilera de chopos. Con caminar
poderoso recorrerá más de 900 kilómetros hasta rendir sus aguas en el
Mediterráneo, al otro lado de la Península.
El viajero desciende hacia Reinosa atravesando Campoo de
Suso y se detiene en Villacantid; quiere visitar el centro de interpretación
del románico alojado en la iglesia de Santa María la Mayor. Por desgracia desde
primeros de mes solo abre, sábados, domingos y festivos. Lo tendrá que dejar
para otra ocasión.
Ya en Reinosa desayuna donde Vejo, quesada y pantortilla –es
una especialidad repostera propia de Reinosa; de forma plana y elíptica, hecha
de hojaldre con una capa de azúcar caramelizada en su parte superior. Dicen los
maledicentes, que las de Vejo son las mejores-. Llena el bidón en la entrañable
fuente de la Aurora, al igual que hicieron miles de reinosanos antes que él.
Comienza su pedaleo buscando la margen izquierda del Ebro;
pocos metros después, se encuentra una cancela en uve que le obliga a coger la
bicicleta en alto, y pasa como puede, él y la bicicleta. En Bolmir se
entretiene en hacer unas fotos de la hermosa iglesia románica de San Cipriano.
La carretera sube culebreando entre verdes parados hasta Retortillo y el
viajero la sigue para encontrarse, casi sin darse cuenta, a los pies de
Juliobriga.
Entra en La Domus y recorre; atrium, culina, triclinium, cubiculum,
y tabernae, logradas escenografías de los modos de vida de los patricios
romanos. También visita el museo donde se exhiben los objetos más
representativos aparecidos en las excavaciones arqueológicas. Lo que más le ha
gustado ha sido un pequeño pendiente de oro, con un aspecto de lo más moderno.
Por ver; ve hasta el video y, cuando sale de allí, es medio día y apenas ha
recorrido unos pocos kilómetros.
Entre unas cosas y otras y, alguna sorpresa, llega el
viajero a Arroyo. Visita el pantano y junto a la presa hace el solemne juramento
de matar a su mecánico. Se explica:
Bajando de Retortillo el freno delantero comienza maullar
como un gato en celo, casi no frena, y el viajero se las ve y se las desea para
detener la bicicleta sin tener un percance. Observa con estupor el motivo: las
pastillas de freno no tienen ferodo. Y no lo entiende. Antes del viaje llevó a
revisar la bicicleta, cambió cadena y cables de cambio, mandó revisar las
pastillas y cambiarlas si era necesario. Al recoger la bicicleta consulta lo
realizado y pregunta por las pastillas. Perfectas –responde el mecánico-.
No será homicidio, será asesinato.
Desconoce el viajero como estará el camino entre Arroyo y Bustasur
y decide bajar por la carreta que sigue el cauce del río. Desde esta última
población usa una bonita pista que le lleva a Aldea de Ebro. Fotografía la
iglesia del siglo XIII y hasta sube a la espadaña, junto a la campana. Ya junto
al pilón, sopesa si tomar el GR o la variante, cuando le saluda un paisano:
-Buenas, ¿qué por el GR?
-Buenas, pues sí. Aquí estoy que no sé por cual decidirme.
-Yo de ti, iría por la carretera, por el GR y por la
variante hay tramos muy malos para la bicicleta.
-Bueno, -el viajero trata de saber los conocimientos
ciclistas de su interlocutor- estas bicis están preparadas para pasar casi por
cualquier sitio.
-No; si yo tengo una y he hecho este tramo del camino, pero
ya te digo que está muy mal, y menos con las alforjas. Mejor vete por la
carretera. Ahora tienes un poco de subida, pero lo demás es todo bajada hasta
Polientes. –Responde el paisano-
El viajero más tranquilo y confiado, reanuda su camino por
la carretera. Reacio a este tipo de de consejos, suele guiarse por sus propios
criterios, esta será de las pocas veces que hará caso a las sugerencias de los
vecinos, normalmente bien intencionados, pero que la mayoría de las veces no se
ajustan a las necesidades y peajes a las que obliga un viaje en bicicleta.
La carretera serpentea entre robles en su subida al páramo;
para bajar, monótona, hasta enlazar con la que viene del puerto del Pozazal.
Hasta Barcena de Ebro, no volverá a reencontrarse con el río.
El sol se deja ver entre las ralas nubes, pero no calienta. La
mañana ha sido soleada pero fría, a medio día el sol se ha tornado opaco, con
una luz gris y triste que incitaba a la melancolía. Ha vuelto a mejorar al
final de la tarde con una luz más natural y cálida.
El viajero; nostálgico, al llegar a Campo de Ebro decide
desviarse hasta Rebollar, pueblo de nacimiento de su fallecido suegro y que
queda a tiro de piedra. Lo visita y sigue por el GR, que se aleja del río,
entre arenas y pinos, para reencontrarse con él cerca de Polientes. El puente
que da acceso a la población, se encuentra un kilómetro aguas abajo del pueblo.
El camino:
Desde Fontibre a Reinosa, se sigue la carretera que
atraviesa Campoo de Suso. Hay un paseo peatonal, adyacente a la carretera, que
podemos utilizar sí está libre de peatones.
Desde Reinosa se sigue la margen izquierda por el GR. En
Bolmir el GR sube al altozano entre cancelas. Se puede continuar por la
carretera y unos cientos de metros después, por un cruce, nos sube a Juliobriga
y Retortillo. Desde aquí, el viajero, continúa junto a la iglesia buscando la
carretera de Arroyo. El GR, que busca lo mismo, va más al sur.
En Arroyo, el GR cruza la presa y se va a buscar Bustasur
por la margen izquierda. El viajero, desde Arroyo, continúa por la carreta de
la margen derecha que sigue el cauce del río hasta Bustasur. Desde aquí, tanto
el viajero como el GR, utilizan una agradable pista por la margen derecha hasta
Aldea de Ebro.
El GR sigue por la margen izquierda y parece que presenta
algunas dificultades. El viajero sigue la carreta de la margen derecha –más
larga y sosa, y que se aparta bastante del río- hasta Barcena de Ebro. Desde
aquí, el GR coincide en parte con la carretera y cuando no, utiliza caminos de
la margen del río. Desde Rebollar, el viajero sigue el GR por la margen derecha
hasta Polientes. La Carretera, desde Barcena, es de poco tráfico, aunque alguno
tiene. Sigue un trazado paralelo al río, más corto y cómodo que el GR, este, se
adapta más al terreno y tiene un firme más incomodo. El paisaje es el mismo
para los dos.
Día segundo, en el que llega a Pesquera de Ebro.
El día ha amanecido nuboso y solo deja penetrar una tímida
luz por la ventana. El viajero remolonea entre las sabanas, siente pereza y le
cuesta levantarse. Recoge, desayuna y se echa a la carretera. Son más de las
diez, menos mal que hoy tiene previstos hacer pocos kilómetros. Retoma el GR
donde lo dejo la tarde anterior, en el puente de la carretera que sube a
Rocamundo. Pedalea junto al río por un camino alfombrado con las hojas
multicolores de los rebollos. El camino es solitario y apartado; umbrío, casi
tenebroso. Reina el silencio, lugar adecuado para trentis y tentirujos de
orejas puntiagudas y boina ladeada.
Más tarde ya no se trata de seres fantásticos sino de la
cruda realidad. Algo acecha el paso del viajero, luego le sigue oculto entre la
maleza. Un estremecimiento le recorre la espina dorsal, desde la rabadilla al
cogote, la piel erizada como de gallina y sus cabellos como escarpias, pugnaban
por el elevar el casco sobre su cabeza. Sin dejar de pedalear, se vuelve una y
otra vez, hasta ver una sombra oscura que le contempla con ojos maliciosos. La
fortuna viene en su ayuda, el bosque se abre y un gran claro da paso a un
pueblo. El viajero mira atrás y no ve nada, suspira aliviado.
Pedalea nuestro ciclista meditabundo cuando llega hasta San
Martín de Elines. La contemplación de la colegiata lo relaja, aunque solo puede
verla por fuera. Se conforma, no tiene otro remedio.
Prosigue su andar por un camino
que pronto se transforma en senda, en algunos tramos comprometida al volar
sobre el río. Baja unas escaleras y cuando va a vadear un arroyuelo, descubre
un pequeño puente para cruzarlo.
El viajero, melancólico, recuerda con nostalgia los
recorridos, que hace años, hizo a pie por la zona, acompañando a su suegro, que
de joven vivió en las proximidades. Fausto, que así se llamaba, le contaba a la
luz de la hoguera, que de mozo atravesaban él y sus amigos de unos valles a
otros para acudir a las romerías, más que por devoción, para poder echar un
baile con las mozas de los pueblos aledaños.
Orbaneja, a la que llaman del castillo, pero no tiene. Mejor
podría llamarse de la cascada, que si tiene y es preciosa. Continúa el viajero
hasta Escalada por carretera, más que nada para descansar la cabeza por un rato
de la sensación oclusiva del sendero.
Retoma aquí, el GR que lo lleva hasta la
central eléctrica del Porvenir. El GR se dirige a Valdelateja cruzando el Ebro,
pero nosotros tomaremos un sendero del valle de Sedano (PR.C.BU-1), que
rodeando la central eléctrica por la izquierda, se dirige por este margen hacia
Pesquera. El sendero es estrecho y entretenido, en algunos tramos pasa tan
cerca del río, que solo lo sujetan las raíces de los arboles que crecen, justo,
entre él y el cauce.
Aparece Pesquera casi sin quererlo, sin hacer ruido,
ensimismada en sí misma, altiva y solitaria bajo la luz plomiza del atardecer.
Las nubes, han engordado durante el día. Sus vientres orondos, blanquecinos, se
han ido oscureciendo y se desgarran en girones contra los cortados calcáreos,
traen inquietantes augurios para el día siguiente. Poco después llueve. Es
media tarde y aun quedan muchas horas hasta mañana, sí deja de llover es
posible que los caminos se mantengan en buen estado.
El camino
El sendero se encuentra, en general, en buenas condiciones.
En esta época, con un mullido alfombrado de hojas secas. En algún tramo, la
senda es estrecha y presenta algunas complicaciones fácilmente superables. A
partir de la central eléctrica del Porvenir, aún es más estrecha y habrá que
estar atentos a la maleza. En algunos sitios, aparte de estrecha, se circula
prácticamente sobre el río, por lo que habrá que extremar la precaución.
Precisamente, después de pasar este tramo, hay una tablilla que dirige a una
senda entre la maleza, más al interior, especial para bicicletas. En Pesquera
hemos confirmado que efectivamente, el sendero evita esta zona con una
desviación por una cuota superior, en realidad es el utilizado desde siempre,
pues el de la margen del río puede estar inundado si el río baja alto.
Día tercero, en el que recorrerá los valles de Sedano y
Polientes.
El viajero ha madrugado; quería salir en cuanto hubiera luz,
no más tarde de las ocho. Para el desayuno, le había dejado preparado la dueña
del local, un termo de café con leche y unos dulces. No abrían hasta más tarde
y el viajero no quería esperar.
Comienza su pedaleo por una bonita carretera que a través de
las poblaciones de Colina, Quintanilla-Colina y Tubilleja le llevará hasta
Tudanca. Villanueva de Ramplay, por la que va el GR, queda al otro lado del
río. Comienza aquí un bello sendero que sigue el cauce del río hasta las mismas
puertas del desfiladero.
El sendero lo salva con un agreste y vertiginoso
zig-zag que se eleva hasta el páramo, para descender de nuevo hasta el río y
entrar en Cidad de Ebro. Hasta Manzanedillo va por una carreterilla de la
margen derecha que le da confianza. Cruza el río y sigue por otra más
importante, aunque de poco tráfico, hasta la presa de Río Seco.
Se pregunta el viajero el porqué de este nombre mientras
busca la subida al monasterio cisterciense de Santa María, según algunos, cuna
del castellano escrito.
Sube por un viejo camino de piedra hasta las puertas
del convento. Los amigos del monasterio hacen lo que pueden para conservarlo,
pero el viajero no puede dejar de sentir una fuerte sensación de desolación. El
otrora impresionante monasterio, orgullo del valle de Manzanedo, se encuentra
ahora, semiderruido e invadido por la maleza que lo estrangula con un abrazo
asfixiante y mortal. La doble arcada del atrio, vuela majestuosa e inútil,
devorada por vegetación y el abandono.
Después de Incinillas y por el desfiladero de los Hocinos,
abandona el viajero el valle de Manzanedo para entrar en el de Valdivieso. Este
bonito valle está cerrado por el norte, por los farallones de la sierra de la
Tesla y por el sur, por los páramos calcáreos de la Lora.
Atravesado el desfiladero y junto al puente de Valdenoceda;
a la que el viajero no entra, a pesar de su torre gótica de los Velasco, o su
iglesia románica de San Miguel, ni tampoco a Quintana de Valdivieso, ya que el
GR le lleva por la margen izquierda hasta Puente Arenas.
Hay hambre, es medio día y un bar abierto. Come el viajero
un huevo frito con patatas, transparentes eran las tres rodajas de lomo que
también le pusieron, y un plátano de postre, tan verde que para pelarlo tuvo
que utilizar las herramientas, y lo paga como menú completo. Cosas de la oferta
y la demanda.
Continúa su camino por la tranquila carretera, sin prisas,
disfrutando del paisaje. La cuota más alta de su trazado le permite contemplar
el valle en toda su amplitud. Una de las “carencias” del sendero es la de ir
junto al cauce, lo que implica desplazarse a través del bosque de galería que
impide, la mayoría de las veces, contemplar el resto del valle, y esto es aplicable
a gran parte del recorrido.
En un cómodo pedalear, va dejando a tras las poblaciones de
Quecedo, capital de la Merindad de Valdivieso; Arroyo; Valhermosa y su torre de
los Saravía; la Hoz de Valdivieso. El GR se eleva hacia Tartalés, el de los Montes
y por Tartalés, el de Cilla, baja a Traspaderne.
El viajero, poco veleidoso,
para altura ya tiene suficiente con la que lleva, desciende hacia el embalse de
Cereceda y el pueblo del mismo nombre. Claro que esto lo ha podido hacer porque
no le acompaña su amigo Juan Bautista; de venir, le hubiera obligado a seguir
el GR en todo su recorrido. Sigue la carretera y se interna en el desfiladero
de la Horadada: profunda y angosta garganta abierta por el Ebro, donde el río y
la nacional discurren a la par.
A la salida del desfiladero, en la confluencia con el Nela,
se encuentra Trespaderne, secular cruce de caminos y final de la etapa de hoy
para el viajero.
El camino.
Del sendero poco puede hablar el viajero; solo lo ha
utilizado desde el puente de Valdenoceda, en el desfiladero de los Hocinos, que
tras una pedregosa subida, desciende suavemente hasta Puente Arenas. Desde aquí
ha seguido la carretera hasta Trespaderne. Posiblemente sea buena idea subir a
Tartalés de los Montes y bajar a Trespaderne por Tartalés de Cilla.
Día cuarto y último del viaje, en el que llega a Miranda de
Ebro.
Vuelve el viajero sobre sus pasos del día anterior hasta la
entrada al desfiladero de la Horadada y por el puente de Valdecastro cruza el
Ebro en dirección a Frías.
Una solitaria y tranquila carretera recorre la margen
derecha del embalse de Cillapérlata. Bulliciosas bandadas de patos alzan el
vuelo a su paso. Abandona la carretera por una pista, que sale por su derecha,
antes de llegar a la población y pedalea hasta Quintanaseca, primero y hasta
Frías, después.
El sol juega al escondite con unas nubes feas, negras y
deshilachadas, que proporcionan sensaciones de desazón en el viajero y
envuelven el paisaje con una luz opaca y deslucida.
Frías; aparece encaramada sobre una atalaya rocosa,
recortando contra el sombrío cielo, su medieval castillo y la sólida iglesia de
San Vicente.
Ciudad desde 1431 –titulo que le otorgó Juan II-, se tiene
conocimiento de su existencia desde los tiempos de la repoblación, allá por el
año 867. Perteneció a Navarra y a Castilla, terminando como ducado de Frías en
manos del Señor Fernández de Velasco, a la sazón conde de Haro.
El Castillo de
los Velasco y la iglesia de San Vicente presiden esta ciudad de estrechas y
empinadas calles. Las viviendas se apiñan, sujetándose unas a otras, en la
parte de levante de este cortado rocoso. Muchas, mantienen un entramado de
madera de claro origen medieval. Están construidas, casi colgadas de la roca,
con piedra de Toba y una solana que remata el piso superior. Algunas cuentan
con bodega excavada en la roca, donde se guardaba antaño el popular chacolí,
producido en numerosas poblaciones ribereñas del Ebro, desde Reinosa a Miranda
y en permanente conflicto con los vascos por esta denominación (Txacoli).
Punto de paso obligado para vadear el Ebro en la comunicación
entre la Meseta con las tierras cántabras, en época medieval se construyo un
puente –posiblemente sobre otro anterior romano- al que en el s. XVI se le
añadió una torre para cobrar el portazgo.
El viajero decide acercarse hasta Tobera y ver su cascada,
pues según una vecina de Frías, es cosa conocida en el mundo entero, y raro el
visitante de Frías, que no se acerca para ver la cascada y la ermita, que
también tiene mucho mérito. Sube hasta el pueblo y ve las cascadas que saltan
ente las calles. La que no ve es la de la hendedura, ni sube a la ermita.
Continúa su pedalear por este territorio que ha modelado el
Ebro entre las hoces de la Horadada y Sobrón. Tramo, en el que el río baja
indolente y majestuoso formando grandes meandros. La carretera es tranquila;
tanto, que el viajero, ensimismado, se lleva un buen susto cuando una pareja de
cormoranes ha alzado el vuelo batiendo ruidosamente sus alas contra la
superficie espejada del agua. Algunos huertos, primorosamente cultivados,
salpican las riveras en las cercanías de las poblaciones. Hacia el sur, a los
pies de las moles calizas, los tractores roturan la tierra preparando la
próxima cosecha.
Tras un recodo aparece Garoña y su centran nuclear, achacosa
pero aun en servicio. En Tobalinilla, cruza de nuevo el viajero el Ebro para
recorrer el pantano de Sobrón, ya en el País Vasco. Las hoces de Sobrón, forman
un paisaje de gran personalidad y belleza. Encuadrado en el espacio natural de
los Montes Obareneses; el Ebro, labra un largo y profundo cañón de exuberantes
masas boscosas, que entre otros, alberga una importante colonia de aves
rapaces.
Hasta Puentelarra anda por las tierras de Álava y, por los
fronterizos Guinicio, Montañana y Suzana, llegara a Miranda. Surgida para
defender un estratégico vado sobre el río. En tiempos altomedievales, se
construye un fuerte en el cerro de la Picota. Fueros y privilegios fueron dando
relevancia a la ciudad, siendo en el s. XX un importante nudo ferroviario.
Este es, por el momento, el fin de su andadura por el Ebro y
no descarta la posibilidad de continuar el recorrido hasta su desembocadura.
El camino.
El viajero no recuerda muy bien por donde andaba el trazado
del GR, pero a él no le fue mal por la carretera de la margen derecha, hasta
hizo un tramo por un camino rural que va junto al río. Para los amantes de las
aves, Santa María de Garoña es un magnifico observatorio.