Nos movemos rápidos, tensos entre la maleza, los cardos
laceran nuestras pantorrillas y las ramas golpean con violencia el rostro,
apenas vemos unos metros delante nuestro. Algo se cruza en nuestro camino, pasa a unos centímetros de nuestra rueda, el corazón golpea salvajemente en
nuestras gargantas y la adrenalina se dispara en nuestro celebro. Se desliza
zigzagueante a nuestra derecha. Es un conejo. Notamos como en la boca fluye densa
la saliva, se entrecierran los ojos convirtiéndose apenas en un resquicio por
los que asoman unos ojos amarillos de pupilas verticales, y notamos como
nuestra parte licántropo se adueña de nosotros.
Esto me ocurrió y no os miento, la víspera de Todos los Santos, lo que ahora llaman Halloween los modernos, cuando circulaba por el
carril bici de la más que famosa autovía del bancal.
Nos hemos gastado varios cientos de miles de euros en la
construcción de esta infraestructura y ahora no nos gastamos unos pocos miles
en su mantenimiento. Ya nació condenado, con rampas imposibles y sin una sombra
bajo la que refugiarse en una región en la que el sol cae como plomo fundido en
verano. Dónde los arrastres de las escorrentías depositas su carga sobre este
carril bici que casi nadie usa. Mal diseñado y construido solo para cubrir el
expediente, para que el resto del mundo viera lo modernos que somos, que estamos
por la bicicleta y la movilidad sostenible y así nos va.
Pero no hay mal que por bien no venga, seamos positivos y
aprovechemos esta infraestructura para algo más acorde a su condición; el
turismo de aventura y los deportes de riesgo, ahí queda nuestra sugerencia para
los responsables del turismo regional.
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