sábado, 14 de diciembre de 2013

Tres días de pedaleo por la vía del Chicharra y las vías verdes de Alicante - Jornada III


 Miércoles 27

Alcoy; pueblo este de topografía accidentada, surcado de profundos barrancos que brotan a la sombra de escarpados macizos que provoca que este tramo de la vía verde sea uno de los más interesantes de todo el recorrido. Se suceden túneles y viaductos de gran envergadura a través de la Sierra de Mariola y el parque natural del Carrascal de la Font Roja, hasta llegar al valle de La Canal, en total 10 túneles y tres viaductos.


Comienza la jornada el viajero peleándose con el gps. El dichoso aparatito se ha empeñado esta mañana en funcionar como le da la gana; ahora aparece el track, ahora no. El norte aparece abajo o arriba. Lo apaga, espera paciente que se inicie, y cuando lo hace vuelve a pasar lo mismo. Vuelta a apagar, quita pilas, tarjeta, las pone, reinicia, y no lo tira por el barranco porque es un hombre prudente, decide dejarlo por imposible y reanuda su recorrido sin instrumentos, usando su intuición para encontrar la entrada a la vieja plataforma del nonato ferrocarril de Alcoy a Alicante.


Cree recordar el viajero que la plataforma se acabo en su totalidad, pero se abandonó sin llegar a estrenarse, lo que ha permitido hoy transformarla en una atractiva vía verde. Ya desde el comienzo –el inconcluso ferrocarril partía junto a la actual estación de Renfe- proliferan los túneles, incluso dentro de la población. Con sinuosas curvas se adapta al terreno y los barrancos del Polop, de las Siete Lunas y Sant Antoni los salva con grandes viaductos.


Este ferrocarril se comenzó a construir en marzo de 1928 con una longitud de 66 kilómetros entre Alcoy y Alicante; obra de envergadura, constaba de 7 viaductos y 17 túneles, algunos de ellos con más de 1000 metros. La Guerra Civil, y las dificultades económicas de la posguerra dieron al traste con esta infraestructura y –como a muchas otras- le dio la puntilla el informe del Banco Mundial en 1962, acordándose su abandono definitivo y la enajenación de las instalaciones por Consejo de Ministros en 1984. En el 2001 se proyecta la construcción, aprovechando lo que queda de las infraestructuras, de dos vías verdes, la del Maigmó con 22 kilómetros y la de Alcoy con poco más de 10.


Tramo bonito y emocionante para el viajero, sobre todo porque no lleva más que una pequeña luz frontal que no alumbra dos palmos más allá de su nariz. Prudente, se acerca a las paredes intentando ver algo sin apenas conseguirlo, pasado un tiempo, cuando la vista se acostumbra a la oscuridad, cree percibir unos halos a los costados, supone que son las paredes y supuso bien porque no se rompió la crisma, eso sí a narices las suyas porque no dejo de pedalear en ningún momento y logró conservarlas intactas.


Continúa la vía verde por la plataforma recién recuperada hasta que en un punto se incorpora a la vía de servicio de la autovía. Continua el viajero por ella hasta casi llegar a Ibi, donde recupera de nuevo la plataforma ferroviaria, la pierde y la vuelve a encontrar a la salida y ya no la dejará hasta las proximidades de Castalla, donde decide parar a comer. 
Cuando reinicia su andadura comprueba con sorpresa que el gps parece funcionar con “normalidad”, aunque el track lo dibuja a grandes trazos. Prefiere no tocarlo y continuar como hasta ahora. El viajero había dibujado la ruta sobre el mapa, intentando seguir el antiguo trazado del ferrocarril en la medida de lo posible y cuando no lo era –se comprueba mejor en las vistas de satélite- por caminos adyacentes. Así llega al Maigmó y al comienzo -final- de la vía verde del mismo nombre, que no presenta ninguna dificultad de recorrido hasta su finalización en el apeadero de Agost del actual ferrocarril.


Esta vía verde comienza con espectaculares tramos en el que se suceden los túneles de mediano tamaño - ya no será tan importante la luz, y alguno tiene iluminación-, grandes viaductos como el de Forn del Vidre, y poderosas trincheras. Estamos en pleno corazón de la sierra del Maigmó con casi 1300 metros de altura, que sobrevuelan las rapaces y sombrean grandes pinos. A la salida de un túnel sorprende el viajero un rebaño de muflones pastando en la cuneta; asustados, –casi tanto como el viajero- emprenden una vertiginosa huida barranco abajo.

La vía traza grandes curvas buscando suavizar el perfil incrustándose en enormes trincheras de yeso. A la salida de una, sobre la barandilla de madera, un milano despluma una paloma, lástima porque le ha retrasado la merienda. Al fondo una preciosa panorámica de la bahía de Alicante, Agost se intuye cerca, la vía pasa junto a él sin entrar, tramo árido que sin embargo es un vergel, hasta la propia vía se contagia y está jalonada de palmeras, olivos y naranjos que le dan sombra, en algunos tramos acompañan las vides, quedaban restos de racimos que el viajero aprovecha para saborear sus dulces uvas.


El horizonte se ha oscurecido, sobre la costa esta descargando una furiosa tormenta, rayos que se funden en el mar y el viajero empieza a pensar que se va a mojar. Acelera el paso. Arrecia el viento en fuertes turbonadas y la temperatura se desploma cuando llega a la estación de Agost, donde da por terminado su viaje por las vías verde de Alicante y Murcia, las de esta última más deseos que realidades. 

Al viajero solo le resta alcanzar San Vicente y tomar el ferrocarril que le llevará de regreso a casa. Por poco, pero no se moja, ya en el tren la lluvia comienza a caer con fuerza, el viajero la ve caer tras los cristales con indiferencia, sabe que a él ya no le va a alcanzar.


Mariano Vicente, en Murcia, en diciembre de 2013.  

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