miércoles, 31 de diciembre de 2014
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez: Sierra Larga y pantano de Valdeinfierno
Ruta
que rodea Sierra Larga en el Parque Natural de la Sierra de María-Los Vélez,
saliendo de la presa del pantano de Valdeinfierno.
Interés
de la ruta:
La
ruta propuesta por el amigo David discurre entre los espectaculares macizos
calizos del Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez, que se encuentran
separados por amplios y soleados valles donde languidecen los cultivos de
secano; antaño de cereal, y desde la última mitad del siglo XX de almendros,
que junto a las explotaciones cinegéticas son la base de la economía de la
zona. Las umbrías están colonizadas por frondosas formaciones boscosas en las
que predomina el pinar, que se abre y entremezcla con el matorral al acercarse
a las solanas.
Patrimonio
de la Humanidad son las pinturas rupestres de los abrigos rocosos de la sierra de
Los Gavilanes y la Culebrina, entre las que sobresalen las de los Gavilanes y
el Mojado.
Asistentes:
David
"Tito Abuelito", Antonio Máximo, José Luis Menéndez, Ángel y Vicente Martínez,
Antonio Cervantes, Jesulen, Juan Bautista Tudela, Mateo Sánchez, Antonio Hernández
y un servidor; Mariano Vicente.
Distancia:
35 km.
Salida/llegada:
Pantano de Valdeinfierno (Lorca-Región de Murcia)
Desnivel
+: 777 metros
Tiempo:
4 horas
Altura
mínima: 697 metros
Altura
máxima: 1.180 metros
Crónica:
A
estas horas de la mañana -son poco más de las nueve-, la sombra del Pericay se
extiende como un manto húmedo hasta cubrir la presa del pantano de
Valdeinfierno. Hace frío; los termómetros, remolones, se niegan a subir más allá
de los cero grados. Una capa de hielo cubre el rincón sur de la presa. Tiemblan
los ciclistas al bajar de los vehículos; ante ellos se extiende la colmatada
superficie del pantano, buena para la maleza y que solo sirve para corregir
pequeñas avenidas. Al norte, la Serrata de Guadalupe sirve de margen al
embalse, tras ella; el río Caramel y la rambla Mayor drenan los Llanos de
Abarca. A nuestros pies; el lecho de lo que será el río Luchena bajo las
escarpadas paredes del Estrecho, que se abre paso a trompicones entre cerros
que bordean los mil metros.
La
pista, de buen firme, se retuerce entre pinares bordeando el Abrigo de los
Gavilanes y del Mojado hasta la casa forestal y albergue de las Iglesias. A
Mateo le cuesta, hoy ha estrenado bicicleta y es la primera vez que no pisa
asfalto en 25 años. Mateo es un hombre valiente que hace unas semanas ha
cumplido los 79 años. Corajudo y orgulloso, no quiere que le esperen y pide que
continúen los demás, que le dejen a su aire; que se hará con la bicicleta, pero
solo. Los demás protestan, algunos sin mucho entusiasmo, otros con pesar, pero
todos respetan su decisión y siguen adelante.
Bajo
el cerro de la Sima, toman a la izquierda; suben hacia el collado de la Manila
bordeando las Piedras del Engarbo que alcanzan los 1.413 metros de altura. Las
bicicletas; se detienen. El barro las atenaza, las envuelve hasta el punto de
no distinguirse los platos, de no diferenciar lo que es cadena de roldanas. El
desviador perdido bajo un enorme bloque pegajoso que envuelve pedalier y
basculante. No queda más remedio que limpiar para continuar. Eso sí, unas han
quedado mas afectadas que otras, lo que provoca un animado debate. Unos
afirman, sin rubor, que es la habilidad del ciclista lo más importante. Otros
opinan que es el peso, lo que hace hundirse más profundamente a las ruedas en
el barro; alguno otro, más prudente, sugiere que es posible que el diseño de la
cubierta propicie que retenga más o menos cantidad de barro. Sin llegar a
ponerse de acuerdo y tras un concienzudo "desbarrado" continúan hasta
el collado.
El
relieve; espectacular. Las sierras del Gigante, Vélez Blanco y Maimón colman el
horizonte extendiéndose de este a oeste, que el sol ilumina a contra luz, como
mochas crestas de gallo. Son formas tabulares, llanas en sus cumbres, conocidas
como muelas; separadas por valles, algunos como el de La Hoya de Taibena, entre
ellos y Vélez Blanco, cuyo castillo blanquea nebuloso en la distancia. Según
gente instruida; estos valles, son depresiones provocadas por el hundimiento de
grandes cuevas, que el tiempo se encarga de rellenar, dando lugar a los
llamados poljes.
Bajan
por el camino de Gabar, ya sin barro, hacia la vereda real de la Loma del Águila.
El Cerro de Gabar recorta sus mil quinientos once metros sobre el firmamento
azul del oeste. Ya, casi abajo, después de pasar lo que queda de la casa
forestal de Pozo Trigueros, lo dejan por el camino de la Umbría que sale a su
derecha, en ángulo casi inverso. El camino sortea, uno tras otro, los barrancos
que drenan sierra Larga por el norte, hasta llegar al collado de la Sima. Bajan
hasta retomar el camino primero, para desandar lo andado y regresar al área
recreativa de Las Iglesias, donde
recuperan las unidades perdidas; Mateo, Vicente -que se volvió poco antes del
collado de Manila, lo que lo libro del barro- y Máximo, que también se libró.
Ya todos juntos regresan al pantano.
En
Zarcilla de Ramos harán la segunda parte de su recorrido, frente a una mesa
bien surtida; ensaladas y platos de embutido sirven para entretener la espera;
unos níscalos, también ayudan hasta que llega el plato principal; arroz y
conejo con serranas. Rico, rico, como diría algún famoso presentador de
televisión.
El
mundo es un pañuelo; dice el dicho popular. Se enteran entre bocado y bocado,
que el dueño del bar regentó otros locales en Murcia capital, entre ellos La
Bodeguilla, en la calle de las Mulas, lugar habitual de esparcimiento de Paco,
hermano de Mateo, y que incluso llego a ser su amigo.
El
pantano
La
acuciante falta de agua y su oportunidad ha sido desde siempre un problema en
el sureste español, en especial en las áridas tierras de Lorca. Con recursos
propios tan limitados, necesariamente se han buscado desde siempre aportaciones
foráneas; ya en 1550 los agricultores lorquinos solicitaron a los poderes públicos
aportaciones de la cuenca del Guadalquivir, en concreto de los ríos Guadal y
Castril. El recelo de los andaluces llevo a Carlos III a desestimar el proyecto
y a la construcción de dos presas; la de Puentes sobre el río Guadalentín y la
de Valdeinfierno sobre su afluente el Luchena. Comienzan las obras en 1785 en
el estrecho desfiladero que excava el río entre las sierras del Gigante y la
Culebrina, finalizando en 1806. Problemas con la maniobrabilidad de las
compuertas provoca su colmatación con las primeras avenidas. En 1850 esta
inservible, por lo que se recrece su presa en 15 metros, acabando las obras en
1897. Hoy se encuentra en situación similar, por lo que el Ministerio de Medio
Ambiente ha redactado un anteproyecto para la construcción de una nueva presa,
aguas arriba de la actual. Obra comprometida, al poner en peligro los numerosos
yacimientos arqueológicos de la zona.
Mariano
Vicente, diciembre de 2014.
martes, 2 de diciembre de 2014
miércoles, 26 de noviembre de 2014
Fortalezas de Cartagena
Introducción
Desde siempre; Cartagena ha estado ligada a su situación geográfica; estratégica en el mediterráneo, circunstancia que llevo durante siglos a la fortificación de la ciudad. De los cartagineses nos quedan algunos restos de muralla, únicos que quedan en Europa. Los romanos también dejaron su impronta, al igual que los árabes, pero sería en el siglo XVIII cuando Felipe V decide crear los departamentos marítimos de Cádiz, El Ferrol y Cartagena que dará a la Ciudad su configuración actual. Según María Pelñalver, doctora de la UPTC, en su tesis 'Génesis y materialización de la dársena del puerto de Cartagena a lo largo del siglo XVIII”, manifiesta que la construcción de la dársena significo “un reto sin precedentes para las técnicas de construcción portuaria y el conocimiento científico del momento”.
El ingeniero militar Antonio Montaigut de la Perille será el encargado de iniciar el proyecto. Posteriormente Esteban Parnón, proyecto los sistemas defensivos de bocana con nueve baterías; San Fulgencio, Punta de la Podadera, Fuerte de Navidad, Espalmador, San Leandro, San Isidoro y Santa Florentina, Fuerte de Santa Ana, y Trincabotijas.
En 1765 el Conde de Aranda como Capitán General de los reinos de Valencia y Murcia consideró insuficientes las defensas de la ciudad, por lo que propuso a Carlos III su ampliación, de la que se encargaría el brigadier e ingeniero militar Pedro Martín Zermeño y su sustituto Francisco Llobet. Desde 1755 hasta final de siglo se construyeron: La Muralla; castillos de los Moros, de la Atalaya y Galeras; Hospital Real de Marina; Parque de Artillería de la Maestranza y el Cuartel de Antiguones, potenciándose las baterías de bocana.
A principio del siglo XX las baterías de costa de Cartagena se habían quedado desfasadas ante los modernos acorazados, por lo que se puso en marcha el Plan de Defensa de Costas de 1912 que llevo a cabo la II Republica, artillando de nuevo las existentes y construyendo otras nuevas, Monte Roldan, Atalaya, Sierra Gorda, Aguilones y Cabo del Agua con nuevas piezas Vickers de 38.1 cms. 15.24 cms y 10.5 cms, estos últimos antiaéreos, con un alcance de 35.000, 21.000 metros respectivamente y un techo de 7.000 para los antiaéreos.
Crónica
Una niebla blanquecina, casi transparente, invade las cumbres cuando “desembarcamos” en el puerto de Cartagena. Buena temperatura para estar en el último tercio del mes de noviembre y alta humedad. Comenzamos nuestra ruta bajo el Castillo de los Moros, a las puertas del barrio de Santa Lucia. Pasamos junto al mural que dio comienzo a nuestro CaminoMurciano del Sureste, que a principios del 2007 nos llevo a Compostela y nos introducimos entre los cabezos de Gallufa y San Pedro buscando la subida al Castillo de San Julián.
Los músculos están fríos; duelen, apenas rinden, pedalada tras pedalada, vamos ganando terreno y altura comenzando a vislumbrar, entre la bruma, la bahía de Cartagena. Se empina aún más el camino que se retuerce en busca de la cumbre. Por fin hemos llegado, solo estamos a 294 metros, pero las vistas de las que disfrutamos son magnificas, a pesar de la ligera niebla que difumina y envuelve el paisaje convirtiéndolo en algo vaporoso e ingrávido. Solo lo más cercano; las puntas de San Antonio, Santa Ana y Trincabotijas, a nuestros pies, se distinguen con claridad; Escombreras y Los Aguilones se diluyen en el horizonte. Al otro lado de la bahía; la punta del Aire y el fuerte de Navidad aún se distinguen; Galeras es solo una mancha gris que oscurece el albo firmamento.
Desandamos lo andado para descender hacia la fortificación de Trincabotijas por un viejo y empedrado camino. Cala Cortina viene a continuación, subimos por una escalera y pasamos junto a las antiguas defensas de Santa Ana, San Isidro y Santa Florentina. Cerca del muelle de San Pedro; la batería de San Leandro. Bordeamos el puerto pasando junto a la Muralla, bajo el castillo de la Concepción, hasta el Arsenal, para dirigirnos por el cauce de la rambla de Benipila al fuerte de Navidad.
Desde aquí arriba, se ven gentes por los caminos, andando unos detrás de otros como fila de hormigas. Se ven gentes como puntitos, que curiosos, rodean el pequeño faro de Navidad; cuerpo blanco y linterna roja. Se ven estelas de lanchas de un crucero enorme, haciendo maniobras. Se ven barcos de guerra, tristes, que no han luchado en batalla alguna amarrados en el Arsenal. Se ven submarinos; flotando unos, en dique seco otros. Se ven…
Bajamos por escalones rotos hasta un camino antiguo pero en buen estado. Subimos a Galeras. Está cerrado. La hiedra reviste sus muros umbríos, neoclásicos, que fueron prisión y semáforo. Último reducto defensivo de la plaza, en él se proclamó la Revolución Cantonal de 1876. Una estela mercante divide en dos la lámina plateada de este mar lácteo que se confunde con un horizonte igualmente lechoso.
Barrio de la Concepción, entre sus calles un muro casi infranqueable: la subida a las Atalayas. Cumbre y castillo a una cuota de 242 metros alcanzable en tan solo 1.325. Porcentajes escalofriantes en un camino cementado. Las piernas por un lado, la cabeza por otro. Pasan segundos eternos; metros interminables; sin horizonte, angustiosos, hasta que la mente lo acepta, poco a poco, como algo necesario, inevitable. Entonces todo parece más fácil, el pedaleo se acompasa, dejan de doler músculos y articulaciones y los metros avanzan parsimoniosos uno detrás de otro. Casi al final, en un recodo, miro a tras y solo me sigue Antonio que va andando empujando la bicicleta, a los demás no los veo. Por fin estoy arriba; llega Antonio. Rodeamos esta obra de estilo neoclásico del ingeniero militar Pedro Martín Zermeño, construida con el objetivo militar de burlársela al posible enemigo y que desde ella pudiera bombardear la ciudad y cubrir los posibles desembarcos en las Algamecas. Comenzamos a bajar; David esta en el mirador, seguimos juntos, los frenos sufren, ya abajo alcanzamos a Ángel y José Luis; no han subido.
Vuelta bajo el castillo de los Moros, que nada tiene que ver con ellos; es del XVIII, también neoclásico como los anteriores y comunicaba con la ciudad por un camino cubierto. A sus pies un antiguo restaurante, muy conocido en la ciudad, en el que reponemos fuerzas; almejas, mejillones y fritada de pescado, arroz con leche, café y unos chupitos de orujo para ayudar a la digestión.
Mariano Vicente, noviembre de 2014
lunes, 24 de noviembre de 2014
Canal del Taibilla. Recorrido completo del ramal principal
El track se ajusta, donde ello ha sido posible, con bastante fidelidad al trazado del canal, con algunas salvedades:
- El canal se adapta a la difícil orografía del terreno; para salvarlo,
utiliza numerosos túneles y viaductos, que nosotros solventaremos de la
mejor forma posible.
- Siempre que ha sido posible se ha utilizado el propio camino de
servicio, con la salvedad de unos kilómetros antes de Casas Nuevas, que
por error, el track se va hacia la izquierda cuando debería hacerlo
hacia la derecha por el GR-252.
- Entre Cehegín y Bullas se ha utilizado la Vía Verde del Noroeste.
Recorrido totalmente ciclable sin demasiadas dificultades, salvo las
propias de la orografía.
El camino de servicio presenta en numerosos tramos un piso bastante
incomodo con piedra suelta y en algunos puntos como las sierras de la
Muela y Espuña, fuertes pendientes.
Hay suficientes poblaciones a lo largo del recorrido. El tramo más
solitario se presenta entre Socovos y Moratalla –Sierra de la Muela y
Los Cerezos-.
Cualquier tipo de bicicleta puede ser apta para realizar el recorrido,
con la excepción de las puras de carretera. Muy recomendable la
utilización de bicicleta de montaña.
- Dos bicicletas se han utilizado en el recorrido; una vieja compañera
del viajero, la Cannondale F 500 con suspensión delantera (Fatty) y
alforjas, los dos primeros días. Cannondale Russ de doble suspensión
para las jornadas 3 y 4.
En este recorrido realizado en cuatro días se ha pernoctado el primer
día en Letur (Hostal Rural Letur 687 70 57 13), y las otras dos noches
en su domicilio. Para lo que se utilizo autobuses (Líneas Costa Cálida
Teléfono: 968 298 927) entre Cehegín, Murcia y viceversa para el segundo
día. El tercer día el ferrocarril de cercanías entre Totana y Murcia.
Tanto autobuses como cercanías tienen una frecuencia aproximada de uno
cada hora, entre la 7 y las 22 horas.
martes, 18 de noviembre de 2014
El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Cuarto día de viaje: Totana-Cartagena
En la calle hacía
algo de fresco, pero en el tren se está muy bien. Durante el trayecto duda el viajero que será lo más conveniente, desayunar en Totana o hacerlo en El Paretón -pequeña población a 17 kilómetros de Totana y en la que conoce un par de establecimientos-.
Se le eriza el vello al bajarse al andén, no hace frío pero la diferencia con el tren se nota, de todas maneras se le
pasa nada más comenzar a pedalear. Desde la ventanilla ha visto a su compañero junto a las vías; las cruza para
continuar a su lado, entre lechugas, brocoli
y algún olivo, hasta el Guadalentín. Aquí
al viajero no le queda más
remedio que buscarse la vida, pues su compañero
vuela entubado sobre él, lo hace por el
propio cauce hasta una carreterilla que se encuentra a un centenar de metros a
su derecha. Continua por ella, va paralela al canal guardando la distancia. A
ratos lo ve y otros desaparece, pero él
sabe que está ahí.
Hasta El Paretón
sigue la carreterilla ahora convertida en vereda de ganados, la que une Lorca y
Cartagena. Nada más entrar en la población se dirige al bar;
bocadillo de tortilla de patatas y magra con tomate desayuna el viajero,
cerveza y café, quizá
no se lo más adecuado pero a él le gusta. Repuesto busca la calle de la Fragua que lo llevará al cementerio y a la que quizá,
algún día, llegue a ser la Vía Verde del Campo
de Cartagena.
De pronto se lo encuentra; ahí está, olvidado y
abandonado, con las entrañas pudriéndose al sol. Mudo testigo de la desidia de un pueblo -el español-, cafre y analfabeto. Ciudadanos y políticos -dignos representantes de su pueblo-, dejan perderse
elementos insustituibles de nuestra cultura, de nuestras tradiciones. Pero él aún se mantiene en pie, orgulloso de su pasado; digno a pesar de
haber perdido la techumbre y que las aspas yazcan desmanteladas a sus pies. Su
otrora potente maquinaria, que molió el trigo para
calmar el hambre de tantos hombres, se pudre lentamente a merced de los
elementos. Sí
ahí
está, esperando el
milagro que lo salve del destino al que esta inexorablemente abocado.
Entre estas y otras disquisiciones llega el
viajero a la antigua plataforma ferroviaria y recuerda cuando le llamo Carmen
Aycart, antes y ahora, presidenta de la Fundación
de las Ferrocarriles Españoles dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, a mediados de
los años 90, para preguntarle sobre el estado de esta infraestructura y
del ramal de la Pinilla a Mazarrón. En inmejorables
condiciones, le contesto. Salvo algunos almendros plantados por los
agricultores en plena plataforma, y una fábrica de plásticos en plena construcción,
por lo demás está bien. Vino,
comprobaron lo expuesto y elevaron la propuesta de convertirla en vía verde al ministerio, comunidad autónoma y ayuntamientos. Después
de 20 años todo esta... mucho peor. ¡País!
Demasiado tiempo ha pasado y el viajero
pedalea por esta plataforma con cierta tristeza por lo que pudo haber sido y no
fue, pero como es de natural optimista no pierde la esperanza. Los conejos
también se han empeñado en contribuir, a su manera, en destrozar esta antigua
infraestructura ferroviaria, en algunos puntos tan horadada, que hay que
extremar la precaución para no caer en sus agujeros. Igual pasa con las trincheras,
innumerable galerías las socavan hasta su derrumbe. Al final de una de estas
trincheras, junto a la carretera E-11 de La Carrasca, gira el viajero a la
izquierda siguiendo la Vereda de Venta seca para reencontrarse con su compañero, aunque por poco tiempo, la finca de los Cánovas se lo impide. Las fincas de vallan,
se cierran, no importa si se incumplen leyes y costumbres, sus dueños hacen alarde de su talante y sensibilidad, demuestran así a todo el mundo que la finca es suya, mientras quienes tienen que
velar por la legalidad, se pliegan ante los hechos consumados o miran para otro
lado.
Rodea el viajero vallas y cadenas hasta
volver a encontrarse con su viejo amigo; lo seguirá,
de aquí
en adelante, bien a su lado, bien sobre él. Se suceden los cultivos y algunos pueblos a los que no entran, lo
que hace que el trayecto se transforme en solitario. Pedalea el viajero sobre
el lomo del canal, y tras cruzar una rambla, se da de bruces con la valla de la
autopista Cartagena-Vera. Afortunadamente hay un puente a su izquierda.
Domina el paisaje el esparto acompañado por algunos almendros escuálidos.
El camino, ahora, es aún más solitario. Se vislumbra un caserío
desperdigado en lontananza, unos perros ladran. Las casas y el terreno se
confunden; ocres los campos, ocres los tejados, ocres las paredes, ocres los
perros. No hay nadie; las casas, cerradas, parecen vacías. Y sin embargo, cientos de ojos lo observan. Inmóviles, siguen su paso en silencio, solo algún valido les delata. Al viajero le queda poca agua y busca a un
ser humano que se la dé, pero no lo consigue.
Continua y llega a los Puertos, lugar más civilizado y que conoce el viajero; Perín está cerca y decide seguir su camino. Llega al
pueblo y se detiene junto a la ermita, mira la hora y piensa que es buen
momento para comer y el centro social un buen lugar. No se equivoca, entra la
bicicleta hasta el patio interior y se acerca a la barra. En un extremo un
parroquiano, palillo en mano, se entretiene en mondar sus diente uno a uno con
empeño. Detrás un hombre de aspecto afable parece ser el camarero.
-Buenos días.
¿Para comer?
-De lo que ve usted aquí.
El viajero mira y ve, entre otras cosas, una
apetitosa sangre frita con cebolla y piñones.
Se la pide. Y también una cerveza bien fría y unas olivas.
Continua con unos calamares a la romana sabrosísimos
y un bonito en escabeche para chuparse los dedos; el postre un rico flan de piña. Termina el viajero con un café y un vasito de orujo de hierbas para ayudar en la digestión. Descubre que la artífice de de tales
manjares es la señora del camarero, a la que ruega que felicite encarecidamente.
Sale de la diputación cartagenera para reencontrarse con su compañero, encarnado en un magnifico acueducto que salva la rambla.
Sigue hacia La Corona y cruza la carretera de Isla Plana, incorporándose a la colada del Cedacero que discurre hermanada con el
canal. Atraviesa alguna rambla entre pitas y baladres antes de llegar a
Canteras, junto al antiguo depósito de aguas de los Ingleses, anterior a la llegada del canal.
Sabe que su recorrido llega a su fin, en Tentegorra están los grandes depósitos del canal que proveen de agua a Cartagena. Al viajero poco más le resta por hacer, salvo buscar la estación de ferrocarril y un tren que le lleve a su casa y terminar así esta aventura que le ha hermanado con esta magnífica obra que es el Canal del Taibilla.
Mariano Vicente, noviembre de 2014.
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