domingo, 26 de enero de 2014

Vuelta a Revolcadores 2014


Salida y llegada: El Hornico (Caravaca-Región de Murcia)
Distancia: 37 km.
Índice IBP: 51 (MTB)
Tiempo: 4.00 h.
Desnivel +: 870 mt.
Altura mínima: 1.159 mt.
Altura máxima: 1.507 mt.

Recorrido
Ruta circular alrededor del macizo de Revolcadores. Desde la localidad del Hornico subiremos por la rambla de Venta Seca, bordeando la sierra de Gadea hasta la rambla de de Inazares y la población del mismo nombre a los pies de Revolcadores. Desde aquí a la rambla de la Rogativa y Puerto Alto, regresando por Cañada de la Cruz hasta el Hornico.

Época: Todo el año, en invierno puede estar cubierto por la nieve

Dificultades
Esta ruta ofrece solo la dificultad de la orografía, con largas subidas, pero sin dificultad técnica pues todo el recorrido se realiza por caminos y pistas en buen estado, así como un tramo por carretera sin tráfico.

Atractivos de la ruta
En general la propia comarca de la Sierra de Moratalla, con el techo de la Regíon de Murcia y los valles de Inazares y el Moral que ofrecen múltiples atractivos para la práctica de la bicicleta de montaña. Paisajes, bosques y fauna crean una enorme riqueza medioambiental en una de las zonas más despobladas de la Región.

Participantes: Juan Bautista Tudela, Matías M. Gil, Ángel Martínez, José Luis Rodríguez “el Puma”, Paco “Bombas”, Antonio Máximo y un servidor.


Crónica:

¡Dieciocho grados! Esa es la temperatura en Murcia en pleno mes de enero ¡a las ocho de la mañana! Esperábamos temperaturas más bajas, sobre todo en el Noroeste y solo hay ¡ocho grados! El Hornico, con caserío de estrechas y sinuosas calles, nos espera. Esta pedanía, hoy perteneciente  Caravaca, pero que siempre estuvo adscrita a su vecina de El Moral, será nuestro punto de partida para la conquista del macizo de Revolcadores. Viejos casones con cuadra y corral, de fachadas encaladas y puertas de tablas retorcidas por el sol, la helada y los siglos, rodeadas de cerros donde enseñorea el esparto…, el romero…, el espliego…  y los almendros trazan líneas grisáceas en sus laderas enmarcando la pequeña ermita de la Virgen de los Dolores. Tierra de pastores, despoblada, dura, donde solo aguantan unos pocos. Tierra de migas ruleras, de torta de garbanzos y en los días de fiesta; guiso de cordero o andrajos.


La semana pasada estaba nevada; hoy, solo los picos más altos refulgen bajo el incipiente sol de la mañana. Días de vientos cálidos de poniente han barrido los pocos centímetros que cubrían las calles acabando con la ilusión que nos habíamos hecho de abrir roderas sobre la nieve virgen. Sobre las diez teníamos nuestras monturas preparadas y nosotros dispuestos para continuar esta jornada que había comenzado horas antes en la capital de la Región.


Pasada la ermita giramos hacia el norte por un camino bordeado de almendros aún sin flor, entre cerros que motean manchas de pinos. Pedaleamos junto a la rambla, hacia un cortijo ganadero. El sol, por nuestra espalda, rodeando la sierra de Gadea, templa la mañana durante la suave ascensión hasta superar el collado. Bajamos ahora hacia la rambla de Inazares entre pinos y antiguos cortijos; en el pueblo, que tiene a bien ser el de mayor altitud de la Región de Murcia, entre el macizo de Revolcadores y la sierra de Villafuertes, hacemos un alto y reponemos fuerzas para rodear la compacta sierra de Moratalla, plagada de picos calizos considerados el techo de la Región; Revolcadores con 1.999 metros, Los Ovispos con 2015 y los Odres con 1878. El fuerte viento del noroeste nos castiga, pero continuamos; estoicos, nuestro pedalear.


Cabras, gatos y tejones se mueven entre grietas y carrascas, sesteando bajo la sombra de pinos y encinas que sobrevuelan águilas, búhos y halcones peregrinos. El camino se empina entre romero, piorno, lentisco y enebro, aromatizados de tomillo; más allá, rabo de gato, esparto y  rosales silvestres. Llegamos así al collado y buscamos hacia el oeste la rambla de la Rogativa y la pista que nos llevará a Puerto Alto, al oriente de la sierra de las Cabras.


A nuestros pies; Cañada de la Cruz, nombre que le viene por ser cañada de ganados y la primera que allá por el s. XIII abrazo el milagro de la Cruz, antes que la propia Caravaca. Tierra de razzias musulmanas que defendía la Encomienda de Santiago. Tierras de almendro y cereal, de cordero segureño, que recuesta sus viejos casones a la solana de Revolcadores. Por esta misma solana, entre almendros y barbechos,  continua una modesta carreterilla que sin grandes altibajos nos llevará de nuevo al Hornico.


Mariano Vicente, enero de 2014

martes, 21 de enero de 2014

Mi primera bicicleta



Cae la tarde, la luz que entra por la ventana apenas ilumina la mesa camilla. Son Reyes; turrón, polvorones, peladilllas, cordiales..., están desordenados en una bandeja sobre la mesa, junta a ella, unas tazas con restos de café, a su lado una estilizada botella de mistela desprende reflejos dorados, la de anís, semeja plata liquida. Alrededor de la mesa, confortadas por el suave calor del brasero, mi madre, de espaldas a la ventana, tiene el rostro en penumbra, a su lado mi hermana y a continuación mi mujer. Charlan las tres mujeres de cosas a las que no presto mucha atención, estoy sentado en una mecedora, en la penumbra, dejando volar la imaginación sobre este año que acaba de comenzar, nuevos proyectos, renovadas ilusiones, nuevas rutas a realizar. 

Mi madre me saca de mi ensimismamiento al pedirme que abra un cajón, -ese de la izquierda, el de arriba-, y le alcance un álbum de fotos. Se lo acerco y regreso a mi rincón, pronto me abstraigo hasta que la conversación llama mi atención.

-Mira qué hermoso, si esta para comérselo –dice mi madre con amor maternal

-¿Este es Mariano? –Pregunta con interés, Pilar, mi mujer

-Que bici más chula –comenta mi hermana

Esta última frase capta mi atención, pero es mi madre la que dijo las palabras que me hicieron levantarme y acercarme intrigado a la mesa: 

-Mariano empezó a montar en bicicleta antes que andar, a la que siguieron los comentarios jocosos de mi hermana y mi mujer. 

-En esta foto no tenía más de siete meses, dijo mi madre

En el álbum, una foto captaba todas las miradas, un niño –hay que reconocer que con una pinta excelente- esta subido a un triciclo y con un aspecto bastante racing- lleva un conjunto de hilo de color blanco, el pelo rubio y rizado, los pies, en unas sandalias también blancas están sobre los pedales y sujeta con firmeza el manillar, como si fuera a iniciar algo importante.   

No recordaba esta foto. Quizá, la primera en que aparezco sobre una bicicleta, quien lo iba a decir, que a este “mengajo”, de apenas siete meses; de mayor, le gustara tanto la bicicleta. La verdad es que han pasado ya demasiados años de esta foto que con toda probabilidad haría mi padre, orgulloso de que su retoño fuera capaz de montar en un triciclo cuando ni siquiera sabía andar.

Al igual que no recordaba la foto, tampoco recuerdo el triciclo, interrogo a mi madre, pero por más datos que me da no logro acordarme. Si recuerdo otras bicicletas; la primera de dos ruedas, con la que aprendí a montar aun niño. Aquella otra, que me regalo mi padre, creo que de segunda mano, para ir al instituto que estaba en el pueblo de al lado y al que íbamos por la orilla de la vía, con la que corría las primeras carreras contra los amigos los domingos después de misa, aquella a la que todos los días le sustraían algún accesorio en el patio del instituto y que yo reponía robándoselo a otras, que a su lado, esperaban que sonara el timbre que marcaba el final de las clases. 

Mariano Vicente, en el mes de enero del año 2014.

martes, 14 de enero de 2014

Vía Verde de Alcaraz: Un intento frustrado


Lunes 13, esa era la fecha que nos habíamos propuesto para hacer la Vía Verde de Alcaraz. Llegado el día –que fuera 13 supongo que no afectaría para nada-, el tiempo comenzó a complicarse. En unas cadenas anunciaban cielos nubosos pero sin lluvia; otras, ligera lloviznas a primera hora del día; en cambio otras auguraban lluvias durante toda la jornada. Internet sería el árbitro, así tras consultar diversas páginas en las que nos daban cielos cubiertos pero con un porcentaje mínimo de lluvia, decidimos hacer el recorrido.

Quedamos a las 7, no llovía y el cielo estaba ligeramente cubierto. En Cieza ya estaba cubierto totalmente y en Hellín llovía intensamente. Lluvia que ya no nos abandono con más o menos intensidad hasta Balazote. Aquí nos esperaba Juan Manuel, oriundo de la zona y al que también internet le había jugado una mala pasada. Decidimos tomarlo con tranquilidad esperando que escampara en un bar del Jardín, las paredes tapizadas de navajas, cuchillos, y recuerdos populares, muy españoles todos. Unos belmontes y un bizcocho casero, creo que de la “Tía Luisa” rezaba un pequeño letrero escrito a bolígrafo y pegado con celo sobre la vitrina, nos harían más agradable la espera.

Entretendríamos la espera visitando la laguna de Villaverde un poco más allá del Jardín. Desde la carretera, a través de los cristales empañados por la humedad vemos el trazado de la vía verde que nos acompaña a lo largo del cauce del río Jardín. Vemos como se suceden trincheras y terraplenes protegidos por oscuras barandillas. Desaparece el trazado en la oscuridad de los túneles bajo compactas manchas de pinos salpicados de encinas y vigilados de cerca por los altivos chopos de la vega.

La laguna aparece a nuestra derecha, nos introducimos por la carretera de El Ballestero y luego por un camino, en buen estado al principio, que poco después se deteriora y no podemos continuar, dejamos el coche y bajo la lluvia continuamos a pie hasta que el abundante carrizo nos impide el paso. Esta laguna fue declarada Reserva Natural en el 2006 por su riqueza biológica y la abundancia de aves que se pueden observar; garza real, águilas, aguilucho lagunero, milanos…, es de origen cárstico y en ella vierte sus aguas el arroyo de Pontezuelas. Entre sabinas, con barro en las botas y algo mojados, regresamos al coche.
   
Intentamos visitar también la del Arquillo, cerca de los Chospes y declarada Monumento Natural, pero los enormes baches y el barro, impiden a nuestro vehículo, un monovolumen familiar, el acceso. Regresamos, pues, a la carretera y continuamos hacia Alcaraz. Es temprano para comer cuando llegamos y sigue lloviendo, decidimos acercamos hasta los Batanes, pero la lluvia se intensifica y apenas podemos salir del coche; vuelta al pueblo, a visitar su plaza mayor, que aparece desierta y brillante bajo la lluvia. Corremos a refugiarnos bajo las arcadas, hago alguna foto, robada entre las gotas que caen sin saña; copiosas; constantes. No hace mucho frío, pero las manos se entumecen con la humedad y el cuerpo tirita bajo una indumentaria prevista para pedalear. Mejor buscamos un restaurante.

De la comida no os voy a contar nada. Correcta en la elaboración, no tanto en el precio. La ventaja del lugar; que pudimos contemplar durante la comida como nuestras bicicletas soportaban abatidas y estoicas la lluvia en el aparcamiento.

Murcia, en un martes sin lluvia del catorce de enero de 2014