sábado, 30 de agosto de 2014

Cuentos de verano: Recuerdos de una mañana de domingo



Pronto seriamos libres de nuevo. Ahora no quedaba otra que esperar a que acabara la misa. No es que a nosotros nos interesara ni mucho ni poco, pero así lo decidía el señor cura y lo mandaban nuestras madres. Tocaba ir a misa, encorsetados en nuestras ropas de domingo, el pelo húmedo y repeinado, la raya trazada con tiralíneas, los zapatos lustrados por el betún y los que ya habíamos hecho la primera comunión, muertos de hambre, para no caer en el pecado de comulgar sin estar en ayunas. Eso no nos importaba para al acabar la misa correr calle arriba, hasta la otra parte del pueblo, al otro lado de la vía de ferrocarril de donde éramos todos los de mi grupo. Por lo general el resto de la mañana lo dedicábamos a jugar a la pelota o a montar en bici.   

Desconocíamos entonces si la bicis tenían tallas o si eran tal o cual modelo, solo distinguíamos dos clases, las de hombre y las de mujer, estas se diferenciaban en que no tenían la barra superior para facilitar la subida y que se pudieran utilizar con faldas, pero a nosotros eso no nos importaba, solo queríamos subirnos en una, aunque a veces no llegáramos a los pedales y sentir el viento en la cara, disfrutar de esa libertad que solo la bici puede dar. 

Quedábamos al final de la calle y allí decidíamos si ese día íbamos a ir por asfalto o tomaríamos algún camino de tierra. Nosotros, igual que nuestras bicicletas éramos polivalentes, lo mismo recorríamos rambla Salada hasta el Cejo del Águila o más allá, pasando -lo que para nosotros era ya casi el límite territorial de nuestra aventura- la carretera de Mula o visitábamos los pueblos de los alrededores; normalmente el recorrido pasaba por la Torres, Alguazas, Ribera de Molina y Javalí Viejo, llegando hasta Alcantarilla el día que queríamos hacer un "rutón".

Mi bicicleta sé que era una Orbea, no recuerdo el modelo si es que lo tenía, bueno en realidad era de mi padre, pero se había comprado una moto y ya casi no la usaba. Era una bici totalmente equipada con sus guardabarros, portabultos, faro y dinamo, bolsa para la herramienta y hasta un cepo sobre el manillar. Apenas llegaba a los pedales, incluso bajando todo lo posible el asiento, me quedaba un poco grande, pero era perfecta.

¡Por fin libres! habíamos decidido tomar la carretera nacional hacia la Media Legua, nuestro primer contrincante era el autobús de línea, nos manteníamos delante con nuestras piernas moviendo los pedales de forma endiablada, lo que provocaba un vaivén característico de la bicicleta, hasta que el autobús por fin nos adelantaba, y nosotros bajábamos el ritmo para recuperar el resuello. Atravesábamos Las Torres y llegábamos a Alguazas. Nuestras bicis no tenían nada que sirviera para llevar agua por lo que siempre parábamos a la salida del pueblo, junto a una casita con una pequeña verja y un diminuto jardín. Y allí; en el rincón, un grifo con una pequeña manguera sobre una pila, nuestro oro líquido. Bebíamos hasta hartarnos, ya no lo volveríamos hacer hasta regresar a casa.

Continuábamos hasta la Ribera de Molina y junto al río Segura llegábamos hasta Javalí Viejo, para cruzar primero la acequia Alquibla y después tomando el lateral de la vieja vía de ferrocarril que daba servicio a la Fabrica de la Pólvora desde la estación de Santa Bárbara, cruzar el río y la acequia de Aljufia hasta llegar de nuevo al pueblo. Normalmente llegábamos a la hora de comer y cada uno se iba a su casa, si no, nos sentábamos a la sombra, la espalda apoyada contra la pared, las piernas abiertas y los brazos en jarras, con los ojos cerrados y respirando con profundas inspiraciones hasta que a alguien le daba la risa y corríamos todos a casa desciendo el grupo y dando fin a la salida. Otras era el grito imperioso de alguna madre llamando a fajina, lo que nos hacía saltar sobre nuestras bicicletas y salir corriendo a casa.

lunes, 25 de agosto de 2014

Cuentos de Verano: Un país sin solución



Después de una salida en bici en pleno estío, cuando el cuerpo pide liquido por compasión, siempre buscamos una terraza donde darle lo que se merece. Normalmente están abarrotadas y es difícil encontrar una mesa y las suficientes sillas para todos. Unas cervezas bien frías que siempre acompañamos con un aperitivo. 

Reuniones por lo general agradables en las que, como no, hablamos de bicicletas, de lo último en componentes y de supuestas batallitas de las que invariablemente hemos salidos victoriosos. Pero en los últimos tiempos no puede faltar ese compañero que entre el vocerío insufrible de la atestada terraza, se pone hablar de política, con especial énfasis en lo mal que esta el país, de lo desalmados, estafadores y chorizos que son los políticos que nos han dejado poco menos que nadando en la miseria, llegan incluso al insulto y la amenaza de liquidarlos a todos y lo curioso es que lo dicen sin ningún atisbo de duda, convencido de tener la razón. Lo educado; para no entrar en debates interminables mientras chupas con fruición la cabeza de una gamba, es asentir compungido y cómplice, de forma políticamente correcta, consciente de que un país con el 95 % de deuda y un paro superior al 25 % no puede ser de otra manera, que el país está en un estado calamitoso irreversible.

Tal es su seguridad, aparte de ser individuos que solo se escuchan así mismos, que ni te atreves a sugerir que el PIB español ha triplicado la media de la UE en el último semestre, que España está creciendo al 0,6 %, que hace un par de años la prima de riesgo estaba en más de 600 puntos y ahora se encuentra en menos de 150, que el IBEX ha pasado de 5.600 puntos a los 10.500; con un turismo que bate récords, aunque sobre estacionalidad y falte diversificación. O que en julio pasado, en un viaje a Galicia había cola en los peajes de las autopistas, en los restaurantes era difícil encontrar mesa y había que espabilar para reservar hotel. O sin ir más lejos, este verano en Mazarrón era imposible tomar un helado sin tener que esperar más de media hora para conseguir una mesa y todo esto a la una de la madrugada; en el resto de terrazas ni proponérselo, misión imposible. En la playa un concierto gratuito, supongo que pagado por el ayuntamiento y miles de jóvenes haciendo botellón.

Pero no, callamos. Asentimos con mirada huidiza y cobarde a la perorata, sin atrevernos a discrepar, mientras damos cuenta de un nuevo plato de pulpo y esperamos a las croquetas de ibérico, para al final quejarnos de lo subido de la cuenta, de cómo están los precios en los últimos tiempos, mientras montamos en nuestras bicicletas de carbono Hi-Mod de última generación que nos han costado varios miles de euros. Lo dicho este país no tiene solución.


lunes, 18 de agosto de 2014

Cuentos de Verano: No me habla


No me habla, y hace ya algunos meses. Desde aquel pinchazo. Fue solo una broma, pero no me habla.

Fue un sábado de verano, ya sabes lo que pasa en nuestro grupo, que recoge a muchos ciclistas de otros grupos que se fragmentan por las vacaciones, vienen muchos jóvenes acostumbrados a andar mucho y rápido, dispuestos a demostrárselo a los demás. Y nosotros que somos gente madura y moderada, refractaria a las batallitas y a las guerras, no nos queda más remedio que sufrir.

Aquel día íbamos con las pulsaciones por las nubes, los dientes apretados, pendientes de la rueda que llevas delante, si fallas una pedalada pierdes tres metros irrecuperables y te quedas. Y así toda la mañana, sin descanso. Ya estábamos de vuelta, apenas nos quedaban unos kilómetros para el final cuando pinchó. Después de tanto esfuerzo no culminar la etapa con los gallos es una verdadera pena, pero que le vamos hacer, son cosas que pasan.

Nos quedamos casi todo nuestro grupo con él, más en plan solidario que para ayudar, pues él solo se bastaba para solventar esa pequeña avería. Comenzó el proceso habitual, desmontar la cubierta, revisarla, introducir la cámara nueva y lo más difícil, inflar de nuevo la rueda. El sol, ya alto, pegaba de lleno haciendo que cada movimiento representara un buen esfuerzo. Poco a poco va cogiendo presión, aunque no la suficiente, cada vez las emboladas son más lentas, menos frecuentes, en sudor goteaba por la punta de su nariz, alguien se ofreció a ayudar; él reusó y continuo bombeando, balbuceo algo sobre que no llegaba a los siete kilos y a mí se me ocurrió una pequeña broma, sin mala intención.

-Yo con el abanico y el embudo llego a los nueve kilos.

Me miró; al principio con esa mirada idiota del que no comprende, después con un destello de odio. Desde entonces no me habla.