Después de una salida en
bici en pleno estío, cuando el cuerpo
pide liquido por compasión, siempre buscamos una terraza donde darle lo que se merece.
Normalmente están abarrotadas y es
difícil encontrar una mesa
y las suficientes sillas para todos. Unas cervezas bien frías que siempre
acompañamos con un
aperitivo.
Reuniones por lo
general agradables en las que, como no, hablamos de bicicletas, de lo último en
componentes y de supuestas batallitas de las que invariablemente hemos salidos
victoriosos. Pero en los últimos tiempos no puede faltar ese compañero que entre el vocerío insufrible de la atestada terraza, se pone hablar de política, con especial énfasis
en lo mal que esta el país, de lo desalmados, estafadores y chorizos que son los políticos que nos han
dejado poco menos que nadando en la miseria, llegan incluso al insulto y la
amenaza de liquidarlos a todos y lo curioso es que lo dicen sin ningún atisbo de duda,
convencido de tener la razón. Lo educado; para no entrar en debates interminables mientras chupas
con fruición la cabeza de una
gamba, es asentir compungido y cómplice, de forma políticamente correcta, consciente de que un país con el 95 % de deuda y un paro superior al 25 % no puede ser de otra
manera, que el país está en un estado
calamitoso irreversible.
Tal es su seguridad, aparte de ser individuos que solo se escuchan así mismos, que ni te
atreves a sugerir que el PIB español ha triplicado la media de la UE en el último semestre, que España está creciendo al 0,6
%, que hace un par de años la prima de riesgo estaba en más de 600 puntos y ahora se encuentra en menos de 150, que el IBEX ha
pasado de 5.600 puntos a los 10.500; con un turismo que bate récords, aunque sobre
estacionalidad y falte diversificación. O que en julio pasado, en un viaje a Galicia había cola en los
peajes de las autopistas, en los restaurantes era difícil encontrar mesa y había que espabilar para reservar hotel. O sin ir más lejos, este
verano en Mazarrón era imposible
tomar un helado sin tener que esperar más de media hora para conseguir una mesa y todo esto a la una de la
madrugada; en el resto de terrazas ni proponérselo, misión imposible. En la playa un concierto gratuito, supongo que pagado por
el ayuntamiento y miles de jóvenes haciendo botellón.
Pero no, callamos. Asentimos con mirada huidiza y cobarde a la
perorata, sin atrevernos a discrepar, mientras damos cuenta de un nuevo plato
de pulpo y esperamos a las croquetas de ibérico, para al final quejarnos de lo subido de la cuenta, de cómo están los precios en
los últimos tiempos,
mientras montamos en nuestras bicicletas de carbono Hi-Mod de última generación que nos han
costado varios miles de euros. Lo dicho este país no tiene solución.
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