miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Primer día de viaje: Nerpio-Letur



Allá por el año 2009 cayó en manos del viajero un libro editado por Natusport titulado Rutas en bicicleta por el Canal del Taibilla que le trajo recuerdos antiguos de un viaje que comenzó en Hellín y finalizo en Lorca. Viajes de los de antes, de saco de dormir y chorizo bien curado; viaje aventurero y descubridor donde la capacidad para asombrarse estaba intacta, casi virgen. De ruiseñores cantando a la luna en la fronda del barranco de la Dehesa, de acampadas en la huerta de "la casa de los ingenieros" en la umbría de la sierra del Tobar. De perdices escabechadas en el Nerpio e insomnio en el puerto del Pinar rodeado de escarbadores marranos.

Hoy el viajero es más viejo, más experimentado; pero también más conservador. Ya no duerme a la intemperie, se pierde el trinar el ruiseñor, pero su capacidad de asombro es casi la misma y la ilusión por el viaje sigue inalterable. En esta ocasión usara el antiguo canal del Taibilla como excusa e hilo conductor de la aventura. 




Cartagena tiene sed, y la tiene hace ya mucho tiempo, seguramente desde el momento que surgió. Déficit hídrico que se trata de paliar con caudales provenientes de otros lugares. Se estudian aportaciones de la zona de Caravaca, Archivel, Benablón, Singla o Barranda, de los ríos Castril y Guardal en Granada, o del Mundo en la provincia de Albacete, decantándose finalmente por otro afluente del Segura; el Taibilla. Sus principales valedores serán el almirante Francisco Bastarreche y Diaz de Bulnes, a la sazón Capitán del Departamento Marítimo de Cartagena y el Ingeniero Jefe de Obras de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, creada a tal efecto el 4 de octubre de 1927. En 1939 son 30 los los municipios que la integran y en 1932 comienzan las obras de este canal que alcanzará una longitud superior a los 200 kilómetros, convirtiéndose en el canal cubierto más largo de Europa.




Las tejas de los aleros, como boca de viejo desdentado, se recortan contra en cielo gris y monótono de la mañana. El Taibilla, cantarín, corre encajonado entre muros de piedra, los caños de la fuente vierten sus aguas, -seguramente filtradas a través de la sierra de las Cabras, que se vislumbra en frente nuestro, sombría y verdecida de pinares-, frescas y abundantes sobre un pequeño estanque transparente. A estas horas la plaza esta solitaria, un viejo camina pesadamente apoyándose en un bastón, nudoso y retorcido. Un cuervo cruza el rectángulo de la plaza recortando su negra silueta contra las nubes. El viajero esta en Nerpio, le ha traído su hijo en coche, -imposible la combinación desde Murcia, por Hellín y necesitando todo el día-. Ha almorzado convenientemente y se dispone a comenzar su singladura.




Lo hace oficialmente desde la plaza mayor, cuando las campanas de la iglesia de la Purísima dan las once, kilómetro cero de su andadura siguiendo el Canal del Taibilla; del Nerpio a Cartagena, que cree podrá realizar en cuatro días. La primera jornada será hasta Letur, único lugar de la zona donde encontró alojamiento. En la segunda quiere llegar a Cehegín, atravesando la sierra de la Muela, el río Alhárabe y la fortificada Moratalla. En la tercera ira hasta Totana por Bullas y Sierra Espuña, para concluir; la cuarta, rindiendo viaje en la Ciudad Departamental.




Al poco de comenzar, hace su primera parada y contempla el embalse que almacena el agua que da servicio al Canal, apoya la bicicleta en el pretil de la carretera y se sienta al otro lado. A sus pies, la lámina de agua refulge metálica, partida por el amarillo enhiesto de los chopos. A su derecha, el Turrilla se abre paso escarpado de calizas y frondoso de álamos que indolentes humedecen sus pies en él. Al otro lado, el Taibilla se intuye constreñido por las calizas blancas del estrecho del Aire. Un águila cruza majestuosa el pantano hasta perderse al otro lado de las montañas. Un moscardón zumba impertinente junto a su oreja; el viajero, molesto, decide continuar su camino. El frío se deja notar entre las choperas mientras el sol, indeciso, levanta reflejos nacarados del pantano.




Cruza el viajero la presa y sigue al Taibilla  entre calizas y pinares, que tímido y aun joven, se esconde en las profundidades de la garganta. Abajo, tras una revuelta del río, aparece un azud, remanso de quietud, profundo comienzo del canal y punto de toma para el agua que saciará la sed de gran parte del levante español. El paisaje se estrecha, los pinos en inestable equilibrio, se asoman al río, el viajero no logra verlo. Cruza un liliputiense túnel y el paisaje se abre; la carretera,    umbría, oscura de pinos, sinuosa, avanza tranquila junto al canal. Un rebaño le dificulta el paso, bosque de cuernos blancos, rabillos inquietos que saltan, -sin pensárselo-, al barranco.




Libre de apreturas el valle se ensancha, aparecen las primeras huertas como por sorpresa, escondidas entre las choperas. En una curva de la carretera aparece, -también por sorpresa-, el primer acueducto, del Salobral se llama. Se alza majestuoso sobre sus pilares de piedra; altivo, recorta su silueta contra el sol de la mañana. Pedalear por esta zona requiere un cierto esfuerzo que se hace a ratos, con frecuentes subidas y bajadas que realiza este antiguo camino de servicio, -reconvertido en carretera de montaña-, para adaptarse al terreno.


Un viejo torreón domina los riscos y dos docenas de moradas; es el caserío de Vizcable, que se reparten con buen criterio el Nerpio y Yeste, según queden a uno u otro lado del río. Por el oeste las nubes son cada vez más compactas, más negras, más amenazantes. Llega el viajero a la antigua "casa de los ingenieros" junto al barranco de la Dehesa, allí le recomendaron acampar las buenas gentes de Las Casas, cuando les pregunto por ello en otro viaje, hace ya algunos años. Obediente así lo hizo, y paso unas de las noches más agradables que recuerda.




Desemboca el camino de servicio en otra carretera que se ve más importante y toma el viajero en dirección a Letur. Población esta que sorprende, -sobre todo-, por sus rincones. Íntimos, coquetos,  silenciosos, que huelen a escarcha, a geranios y a uva, que se arrullan con el sonido de fuentes y canales, sorprendidos con el piar de algún pajarillo desorientado. Parras nudosas, inmóviles, de sarmientos retorcidos y trepadores de fachadas, ponen con su negrura contraste a la blancura de la cal. Población romana y visigoda, árabe bajo Todmir y santiaguista cuando cristiana. Balsas que sugieren arenes, que hablan del baño discreto de favoritas bajo el rumor de cascadas. Arcos gallardos, testigos del paso de espadas y corazas, donde aún resuenan los cascos de las caballerizas en el duro empedrado. Calles estrechas, empinadas, de aleros volanderos, que entrecruzan sus tejas y vierten sus aguas bajo la lluvia, los unos sobre los otros.


6 comentarios:

  1. Enhorabuena Mariano, un viaje y una redacción muy ilustrativos; Felicidades!!

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  2. Enhorabuena Mariano! Un placer como siempre, pedalear leyéndote

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    1. Gracias Pepe, para mí es un honor que a alguien como tú, un verdadero maestro en estas cosas de la bici, le guste mi crónica.

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    1. Recorrido muy interesante, especialmente por los paisajes y la historia asociada al Canal del Taibilla. Con las fotos ya sabes que me gusta entretenerme. Gracias José Luis por la atención que me dedicas.

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