viernes, 14 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Segundo día de viaje: Letur-Cehegín





Son las 6 y llueve. Las 7 y sigue lloviendo. Por la ventana entra una luz mortecina y gris. Las 8 y sigue igual. Se asoma el viajero a la ventana y ve correr, calle abajo, ríos de agua, un vehículo solitario sube por la calle levantando olas a su paso que convierten las fachadas en acantilados. A las 9 está desesperado, llueve menos pero llueve. Se arma de valor, se viste y decide echarse a la calle. Prepara a su compañera para soportar la lluvia de la mejor manera posible y se va al bar, lo hace por la acera y rezando para no encontrarse con ningún vehículo en el centenar de metros que separan el hotel del restaurante, ya se ha bañado y no quiere volver a hacerlo.



Se acomoda en una mesa cerca de la entrada y pide café y tostadas. En frente unos parroquianos comentan lo mucho que ha llovido esta noche; otros, a su espalda, mezclan las perdices, la lluvia y los panales de abejas. Entra otro parroquiano; se detiene frente a él, le mira, mira la bicicleta y le dice:
-¿Que vamos lejos?
-Más allá de Moratalla- contesta el viajero sin mucho entusiasmo.
-¡Coño...! ¿Por carretera?
-No por el camino de servicio del Canal del Taibilla.
El paisano chasca la lengua, mueve la cabeza en señal de desaprobación, y se dirige hacia la barra pensando, quizás, que es una locura atravesar las sierras por esos caminos de Dios y además con un tiempo como el de hoy. 



El camarero le trae el encargo y el viajero lo toma sin prisa, a la espera de acontecimientos. Llueve menos y puede ser un buen momento para reemprender la ruta y llegar al menos a Socovos, allí preguntará por los caminos, por su estado, ya que en Letur no le supieron dar respuesta. Llega así a Socovos.

Socovos es su plaza; grande, de construcciones hieráticas y pasado noble, la reconquisto a los moros Fernando III y la convirtió en encomienda santiaguista que incluía a Letur, Férez, Liétor y la Abejuela. El viajero en esta ocasión no tiene tiempo de visitar la iglesia de la Asunción como era su intención. Templo este de una sola nave y forma rectangular con cubierta de artesonado mudéjar, en la fachada se observa la cruz de Santiago y dos conchas peregrinas. En un taller próximo y en el supermercado pregunta por los caminos y no obtiene respuestas que le satisfagan ni poco ni mucho. Continua por el camino del cementerio, ya casi no llueve, pero hace frío y el viento es fuerte.



Pronto se encuentra con su viejo amigo, el camino de servicio del Taibilla que ya no abandonará hasta el cruce con la carretera de Benizar. Está en muy buenas condiciones y lo más importante, sin barro. Este tramo, pese a las apariencias, se hace duro en el paso de las Lomas de la Carrasquilla, es un tramo sombreado de pinos y entre la maleza descubrimos, de vez en cuando, alguna almenara del canal.

Ahora es la sierra del Canalón la que obligará a esforzarse al viajero, pedalea entre pinos carrascos y coscojas. Sierra silenciosa y atractiva, solitaria de carreteras y poblados, solo las construcciones asociadas al canal la humanizan un poco. Pasada la sierra entra el viajero en un valle de abierto paisaje, bosque de pino a un lado y campos de almendros al otro, al fondo se distingue el caserío de Tazona. Termina este bonito tramo número 4 del Canal Alto, y también el camino de servicio, junto a la carretera. La tercia, Benizar y Otos quedan a su derecha. Al otro lado le espera la cara norte de la Muela.



El camino es peor y se intuye ya un territorio más inhóspito; junto a una almenara del canal una cadena y un cartel nos anuncian que es propiedad particular y que está prohibido el paso. Al viajero no le queda más remedio que no hacerle caso. El camino se degrada con rapidez en este amplio valle que al viajero le recuerda al páramo por las violentas ráfagas de viento helado que lo azotan inmisericordes. Rampas duras, pedregosas, de pendientes imposibles en esta cara de la sierra. Negras nubes de vientres deshilachados cubren el firmamento. Llueve, se protege el viajero y sigue subiendo y sufriendo; harto del molinillo, decide apearse y continuar a pie, pero aún así lo tendrá difícil. Cerca de la cumbre, junto al cortijo de la umbría, deja de llover y un tímido rayo de sol templa el cuerpo aterido del viajero.



Cara sur de la Muela, vertiginoso descenso por el camino, empedrado y peligroso, tanto por las rampas como por lo inestable del piso. Ha de extremar el viajero la prudencia, viaja solo y una caída en estos solitarios parajes puede ser extremadamente delicada. Llega así hasta un arroyo, al cruzarlo encuentra barro, afortunadamente son solo unos metros y puede comenzar con confianza la nueva subida, esta vez por la cara norte de la sierra del Cerezo. Nuevo reencuentro con el camino de servicio del canal y para confort del viajero tendrá un intervalo asfaltado. En todo este tramo, agreste y deshumanizado, contra lo que cabría esperar, el viajero ha encontrado pocos "bichos" salvo unas asustadizas perdices y algún conejo zigzagueando entre los matorrales.



Al otro lado el paisaje se abre grandioso y en su centro la fortificada Moratalla. Los campos se extienden hacia el este solo limitados por la sierra de la Puerta; por el sur, serán el Buitre y el Gavilán las que lo hagan. Revueltas, casi infinitas, encuentra el viajero en su descenso hacia el río Alhárabe y Moratalla. En esta población repone fuerzas, es el primer sitio civilizado que ha encontrado desde Socovos. Un buen bocadillo y unas cervezas para acompañarlo serán suficientes hasta Cehegín lugar en el que tiene previsto finalizar su andadura por hoy.



El viajero vuelve a andar lo que ya ando en otras ocasiones y retoma el camino de servicio poco después de Moratalla, en el paraje de la Agüica. El canal corre soterrado a su lado y no lo dejará ya, hasta pasada Caravaca, tramo este algo comprometido en algunos puntos, especialmente en las zonas agrícolas, el barro y las rodadas están a punto de hacerle caer en varias ocasiones. Desde un altozano ya se contempla la fértil vega del Argos y la población de Cehegín. El canal deja Caravaca a la derecha para dirigirse casi en línea recta hacia los cerros de Mai Valera y Peñarrubia; el viajero, más mesurado que su amigo, tomará la vía verde en dirección a su destino que no es otro que la estación de autobuses de Cehegín, donde tomara uno que le llevara a casa.



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