miércoles, 11 de marzo de 2015

Pisteando por la Sierra de Ricote



El miedo atávico que producen en esta tierra las heladas hace que los Llanos de Yéchar estén cubiertos de una fina niebla, ciento de balas de paja humean lentamente entre frutales en plena floración. El aire huele a humo, ya antes de llegar al pueblo. Es un olor sutil, que no llega a molestar demasiado, cosquillea en la nariz y nos recuerda tiempos antiguos donde las chimeneas eran el centro del hogar. Nos espera Jesús y sus compañeros del club ciclista La Amolaera para hacer el recorrido con nosotros. Descargamos bicis, tomamos un Belmonte y al camino. A los pocos minutos ya hemos cogido algo de altura; el cielo se aclara y el aire pierde el olor a humo por otro más sutil de hierbas del campo. Aquí nuestro buen amigo Antonio “el maestro”, nos podría ilustrar concienzudamente sobre sus características.



La ruta de hoy la ha sugerido Matías, pretende rodear la sierra de Ricote y hacerse una idea fidedigna de las pistas que la rodean. Casi siempre hemos realizado rutas que subían por uno u otro lado de la sierra, pero casi nunca abarcan su totalidad, hoy la vamos a rodear casi por completo, será un recorrido circular que subirá desde Yéchar; para bajar rodeando la sierra por el sur, hasta la casa forestal de la Calera. Desde aquí subiremos hacia el Repetidor de TVE hasta el collado Linuesa, para continuar hacia el collado del Moro y de nuevo a Yéchar.



Los Llanos de Yéchar quedan semiocultos por “niebla” mientras ascendemos suavemente hacia la pedanía de Patruena; pequeño y aislado caserío entre Los Poyatos y la sierra de la Muela. Pronto alcanzamos la casa forestal de la Solana bajo el Cabezo del Espino. Un esfuerzo más y hemos alcanzado la pista que rodea la sierra por el sur. Baja por la rambla del Carcelín, separándose en dos, una a cada lado del barranco. La de la derecha sigue la ladera de la sierra del Cajal, mientras la nuestra se ciñe a la de Ricote.



¡Jodido crio! No levanta tres palmos del suelo, monta una Giant azul eléctrico de 29” mucho más grande que él. Pero como sube, siempre que lo vi, pocas veces a parte de las fotos, iba pedaleando de pie, me atrevo a pensar que desde el sillín le costaría llegar a los pedales, pero cuando apretaba; en plena subida, derrapaba la rueda trasera. ¡Un fenómeno! Tanto él como su hermano mayor ya ponen en más de un aprieto a su padre. Me vengué durante la reagrupación en el collado Linuesa, poniéndole en un dilema; cambiar de bici o de equipo, porque el azul eléctrico se lleva fatal con los verdes de La Amolaera. Desde ese momento me miraba de reojo con el ceño fruncido.



Tras el reagrupamiento, seguimos juntos hasta el collado del Moro, pero un pequeño grupo teníamos preparada una pequeña maldad, abandonaríamos el grupo para bajar por la vereda del Puerto, una trialera de dificultad media hasta Fuente Caputa.
El camino pino, roto, con carteles de camino cortado. Los cinco sentidos concentrados en la bajada, en sortear las raíces, en librar piedras sueltas situadas medio de la rodada. Escalones que obligan al cuerpo a buscar la posición más retrasada posible. Escorrentías encajadas entre taludes verticales, maleza, la adrenalina al máximo. Me estoy divirtiendo. Dos rocas grises a mi izquierda, una a continuación de otra, no tienen más de un metro de altura, la estrecha senda pasa por su derecha; hay espacio suficiente. Las miro, las vuelvo a mirar, solo unas decimas de segundo, quizá demasiadas. Estoy en el suelo.



Juan viene detrás; se detiene.

¿Qué ha pasado? –Pregunta.

Le dirijo una mirada entre aprensiva y taciturna. No lo sé –respondo-; y es verdad.

Aturdido, recojo la bici, compruebo que no le ha pasado nada, solo se ha roto el soporte de la cámara de fotos. Me duelen los dedos de la mano derecha y las costillas flotantes del mismo lado, también la rodilla, afortunadamente no parece nada grave, creo que estoy un poco mayor para estas cosas.
Continuamos descendiendo, el paisaje se abre y aparecen los llanos del Ardal. Me detengo para hacer una foto y descubro que la máquina de fotos no funciona. Continuo, me estoy quedando atrás. Me cuesta accionar el freno de la mano derecha, tengo los dedos entumecidos. Llegamos a Fuente Caputa y subimos un pequeño tramo de carretera para comenzar el largo descenso por la cañada de Calasparra que nos llevará hasta Yéchar.



Ya en el bar, le enseño la mano a Matías y me comenta algo así como que es una artritis traumática, le miro aprensivo; me mira y se sonríe, me da una pastilla, miro la cerveza que tengo en la mano, se encoje de hombros, me la tomo y pasamos al comedor.
Esta es la parte de la ruta en que más disfruto. Entre amigos, con una buena jarra de cerveza y buenas viandas para acompañarla. En este caso, además, rodeado de hermosas mujeres. ¿Se puede pedir más? Sí, aunque yo no lo hice, se ofrecieron ellas; por sorpresa, con premeditación, a traición me plantaron delante una jugosa tarta de fresas, kiwi y melocotón, de crujiente hojaldre, hecha con sus propias manos, con todo su cariño, coronada con dos velas, 59 marcan, es mi cumpleaños.
Me emocioné y me emociono ahora al escribir estas líneas, los ojos se humedecen, se tornan vidriosos, no me queda más remedio que doblar esta cuartilla si no quiero emborronar las cuatro palabras que he logrado juntar. Gracias, muchas gracias a todos.





e aquí un video de nuestro amigo José María P-F
El video de José María P-F





Mariano Vicente, ocho de marzo de 2015.

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