domingo, 1 de marzo de 2015

Subida al Pedro López


La ruta comienza, como casi todas, tras la barra de un bar; en este caso el Mandola, en el Arco de Aledo. Día extraño, de un cielo inclemente e indeciso; negros nubarrones a amenazan lluvia mientras un tímido sol intenta abrirse paso entre ellos, y allí estábamos los cuatro magníficos que en una mañana como la de hoy se iban a aventurar a subir al Pedro López. Por si acaso, nos preparamos a conciencia, con método; primero un sorbo de café, después un bocado de tostada, y así hasta no dejar ni las migajas, sin prisas. Fuera, el viento sopla con fuerza, cimbrea los arboles del aparcamiento y nuestra disposición; a pesar de todo nos echamos a la calle. No sé que tiene esta afición que relativiza las dificultades, que hace que estemos pedaleando cuando a todas luces estaríamos mucho mejor y más calentítos dentro del bar.
La pendiente es positiva, pero nos cuesta entrar en calor, por la derecha nos incorporamos a la carretera que se dirige al Collado Bermejo. Pedaleamos a un ritmo sostenido, sin agobios, y a pesar del incremento de la pendiente, cada vez pedaleo más suelto. 

 
Algunos minutos y no se cuantas vueltas de molinillo después, aparece el Morrón con su bola, que vista desde aquí parece de juguete, pero que alberga en su interior un enorme radar militar. Cuando logro entrar en calor se pone a llover, lo hace de forma liviana y su suave golpear contra el asfalto, se confunde con el zumbido monótono del motorcillo de la bici de Antonio. Tuneó su Epic y le incorporo los vatios de los que el destino le privo. Maravilla tecnológica que le permite realizar rutas que de otra forma le estarían vedadas. Yo; empiezo a mirarla con buenos ojos, a mi edad el futuro no es algo tan lejano. 



En el Collado el viento sopla con fuerza, pero disminuye según nos introducimos por el camino del Pinillo, a resguardo de la ladera y el pinar. Comienza aquí la parte más dura del recorrido, un zigzagueante camino que nos sube hacia el collado Mangueta y, sin llegar a él, continuamos por el Medio Pollo hacia el Pedro López. Un último esfuerzo hasta coronar. ¡Como sopla! Aquí si hace frío. Los dedos se entumecen helados y una gota impertinente intenta instalarse en la punta de la nariz, pero una y otra vez, el viento, la hace volar a varios metros de distancia. Manchas de nieve helada cubren el camino comprometiendo el equilibrio. Aparecen las antenas, solo nos quedan un centenar de metros para conseguir nuestra meta.
Colocamos nuestras bicicletas en el mojón del vértice geodésico; hemos vencido al Pedro López. Nos cuesta hacer las fotos; tales empellones nos da el viento que tememos que todas salgan movidas. Juan pretende una foto simpática simulando "comerse la Bola", pero no lo consigo, cada vez que lo intento, o se mueve él, o me muevo yo, o los dos. Finalmente lo dejamos por imposible, demasiado frío y viento para jugar a las fotos simpáticas. 

 
A partir de aquí comienza lo más divertido de la ruta, ayuda el camino del Pinillo con su piso descarnado convertido en un pedregal. Como me gusta la doble suspensión de mi Rush en momentos como este. Sencilla pero efectiva, se traga todo sin un mal gesto, la llevas por donde quieres sin una queja, obediente y comprensiva. Descansa; al tomar una revirada senda para acortar algunas revueltas del camino y que nos hace disminuir la velocidad. Estrecha, obliga a fajarse con la maleza en cada giro, a agacharse para librar las ramas de los pinos que te pueden hace caer, diversión en estado puro.

 
Recuperamos la calma al salir, de nuevo, al camino del Pinillo , junto a casa de Nueva, en un estado excelente que permite velocidades suicidas y en el que debemos estar muy atentos, para no dejar a tras la senda de que baja a la Casa Forestal de la Carrasca. Zigzagueamos por ella barranco abajo, hasta que un pino caído nos corta el paso, lo libramos entre maleza y un claro que viene en nuestra ayuda. Recuperada; nos conduce hasta un camino que nos deja en la casa de Don Blas. Tomamos aquí la vieja pista del Barranco de En medio, acotada del lado del barranco por seguros mojones de piedra; discurre entre la sierra de las Cabras que se levanta imponente a poniente y el cerro de la Garita a nuestra izquierda. Un verdadero placer deslizarse por esta recién restaurada pista, que ahora goza de una segunda juventud.
En el Purgatorio; cuatro casas y algunos almendros florecidos después, recuperamos el asfalto hasta el restaurante Mandola, no sin antes hacer una foto en la pequeña ermita de Santa Leocadia.

 
En el aparcamiento, sobre un pedestal, dos pacientes e indiferentes chuchos, contemplan aburridos, el ajetreo de los vehículos que llegan, vomitando pasajeros hambrientos, que a la carrera, se introducen en el local. Nosotros hacemos lo propio, pero antes, desarmamos nuestras monturas y las dejamos descansar en el maletero, que bien merecido lo tienen.


Sobre la mesa; un buen plato de embutido que vamos devorando sin prisa, entre trago y trago, sin pausa, a buen ritmo. Las conversaciones van y vienen, amenas, interesantes, de nuevos proyectos, de nuevas rutas, hasta que enmudecen al llegar el arroz. La pinta estupenda. Esperamos un poco, no mucho, para que se empape bien del jugo de las serranas. No quedo ni un grano.





Mariano Vicente a 21 de febrero de 2015. 

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