Hoy hemos subido al Tourmalet; y no me ha parecido un puerto
tan sumamente duro como me habían comentado. Es duro, largo, asquerosamente
largo y se hace muy pesado. Desde Argelès Gazost hemos recorrido todo el valle
del Gave de Pau hasta Luz-Saint-Sauveur donde realmente comienza el puerto. El
valle es el típico de alta montaña, de paisajes abruptos y majestuosos en el
que la carretera se busca las vueltas para ascender hasta los 2115 metros del
Tourmalet, nada más, pero también nada menos.
Todos coincidimos en que no es un puerto muy duro, pero a
todos se nos ha hecho largo, en especial los cinco últimos kilómetros. Yo he
subido bien, quizá porque llevaba la bicicleta de mi amigo Antonio Máximo con
un 30x30, lo que me ha permitido llevar una buena cadencia al superar las
rampas más duras. Desde que comienza hasta que acaba no tiene descansos,
siempre en la horquilla del cinco al diez por ciento, quizá por eso se hace tan
pesado. El asfalto está en buenas condiciones y las curvas no representan
peligro alguno, quizá lo más peligroso sean las ovejas que campan a sus anchas,
y no se asuntan, no.
Hemos comenzado sobre las nueve de la mañana, temiendo que
nos lloviera, pues el pronóstico del tiempo era muy impreciso, daba agua a
partir de media mañana y con seguridad para el medio día. Nos ha costado unas
cuatro horas el alcanzar la cima, tomándonoslo siempre con calma, sin ir a
tope. Juan Bautista ha tardado aun menos, los demás hemos llegado como una
media hora más tarde. No éramos los únicos, un buen número de ciclistas ha
subido al tiempo que nosotros y era fácil ver, donde la carretera lo permitía,
un rosario de bicicletas a lo largo de varios kilómetros. Pero durante la
bajada, a partir de las dos de la tarde, nos hemos cruzado con innumerables
grupos, algunos de treinta o más individuos que iban en dirección al Tourmalet.
También nos han puesto la adrenalina a tope un centenar de motos, la mayoría clásicas,
que nos han ido adelantando a lo largo de toda la subida.
Al final el tiempo nos ha respetado. Día sin sol, con
temperaturas que rondaban los quince grados y durante la mañana sin viento. La
temperatura ha ido bajando con la altura, siendo ya fría a desde la mitad de la
subida, para convertirse en gélida al final, envueltos en la niebla. Hemos
aguantado como “machotes” mientras nos hacíamos unas fotos, para introducirnos
a la carrera en el bar del puerto y resguardarnos del viento helado que nos
hacia tiritar.
Un bocadillo de jamón y queso, con una muy cara cerveza, y
unas creps ha sido nuestra venganza, pero luego, inocentes de nosotros el Tourmalet,
se ha tomado la revancha. Nada más comenzar a bajar hemos dejado de sentir los
dedos, luego las manos; una tiritera se ha adueñado de nosotros, que si no nos
hemos ido al suelo, ha sido más por suerte que por nuestra pericia.
Contrariamente a las los dedos, lo que si sentíamos –y de qué manera- eran las
orejas. Duras, heladas, cortando el viento; hasta lágrimas lograban sacarme. Y
lo peor los borregos; bajando sin control como íbamos, allí estaban ellos, en
medio de la carretera mirándonos indiferentes. Quitaros ¡pero quitaros coño!,
gritaba nuestro subconsciente sin mucho éxito, al final hemos librado por poco.
Con algunas gotas de agua mojando nuestros resecos labios
hemos llegado al hotel, aun no habíamos entrado en la ducha cuando ya estaba
lloviendo. Hemos aprovechado un hueco sin lluvia para tomarnos unas cañas “L”;
así a denominado el camarero de una terraza del centro al medio litro de
cerveza que nos ha puesto, y a las siete y media a cenar. Que mal lo llevo. De
primero nos han puesto una especie de pastel de hojaldre, creo que llevaba algo
de carne picada y encima, una raja de una especie de mortadela, todo con unos
trozos de lechuga por encima. De segundo rosbif de cerdo con coliflor – “al
dente”, casi cruda-. Hoy nos hemos pedido también pasta, que no estaba mal.
Mañana será otro día, nos toca el Col du
Soulor y el Col d'Aubisque. Ya
os contaré.
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