martes, 14 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después. Segunda jornada Yeste-Calasparra



Se destiñe el negro de la noche agrisando la atmósfera por levante. Durante el desayuno contemplamos el encierro pamplonica; 37 años ya que no corro ninguno, decididamente me estoy haciendo mayor. El negro asfalto nos engulle, porcentajes del 10% nos sitúan en el puente de La Vicaría sobre el embalse de la Fuensanta. Las Casas; mínimo caserío con fuente, restaurante y lavadero. Agosta el cereal rubio y brillante, partido en dos por la línea gris de la carretera.

Letur aparece tras un altozano, buen sitio para almorzar. Más el calor y Letur empeñado en que no lo abandonemos sin sufrimiento. Socovos nos recibe con los brazos abiertos, tanto que no querrá dejarnos marchar. Más calor. El grupo; sofocado, se parte. La mitad ira por carretera hasta Calasparra; la otra, seguirá el camino previsto por el pantano del Cenajo.

Se desliza la carretera entre adelfas en flor; blancas, rojizas, róseas, amarillentas. En el Cañar; un camping y en su interior un bar, y en el bar aire acondicionado. Cerveza, jamón, queso... En una mesa contigua unas señoras, que lo son, además, de unos compañeros de "La Cabra", el mundo es un pañuelo.



Las nubes; huidas. El cielo como de plomo. Voló de pronto una perdiz aleteando un aire denso, caliente, que dolía respirarlo. Unas abejas se posan sobre unas matas. Reverbera el adobe del pardo cortijo del Almirez. Seguimos. Descansamos bajo un enorme pino. Los párpados como de sueño, el horizonte de un azul pesado, metálico. Continuamos con esfuerzo, sudor que empapa el camino roto. Una alambrada acota el camino y nuestra libertad en una tierra parda. Otra, que saltamos. Corren asustadas las perdices entre olivos grises. Una carretera nos devuelve a la civilización, a la presa, al hotel Cenajo, al aire acondicionado, al granizado de limón.

A los pies de la presa, la orilla nos devuelve el verde fresco y el volar de los pájaros, la humedad del río y un pedalear calmo, casi contemplativo, encajonado entre altos farallones dorados por el atardecer. No podemos seguir, solo se puede cruzar el río con el caudal ecológico del invierno. No queda más remedio que abandonar el ribazo y trepar la sierra de Cubillas. Se nos presentan dos opciones, bajar un poco más adelante, de nuevo al río, cruzar por un pequeño puente y seguir por la margen izquierda hasta las Minas; o bien dejarnos caer barranco abajo hasta Salmerón. Optamos por esta última.



Muchos kilómetros y demasiadas horas ya bajo este calor africano. Alivio, cuando al camino lo convierten en túnel los álamos blancos. Tijeretean las golondrinas entre las altas copas de los chopos que pueblan la orilla, en formación casi militar, en esta margen derecha del Segura. Antonio, nuestro E-Máximo, cambia la batería de su Epic transformada al albur de los tiempos. La raya del ocaso colorea violáceos las crestas de los montes. Pinchamos y para colmo la rueda trasera; la del motor. Antonio se niega a reparar. Daremos aire cada pocos kilómetros, esperando que haga efecto el líquido sellador.

La estación de Calasparra aparece entre dos luces, blanquean junto al río los arrozales y los murciélagos anuncian las estrellas, que tímidas, comienzan a pintar el cielo. Ya de noche buscamos el amparo del camping. El bocadillo bajo la Osa Mayor sabe a gloría.

Camping de Los Viveros, Calasparra, 7 de julio de 2015


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