miércoles, 30 de diciembre de 2015

Otra de belenes 2015




Hoy jornada marmenorense. Ayer coincidí en Alquerías con un miembro de la Asociación Amigos del Belén San Javier y su recomendación fue: no dejes de visitar los de San Javier; te gustaran. Y como bien mandado que soy, hoy me he plantado en San Javier. He comenzado por el Belén de España, uno de los más grandes de Europa con 500 metros cuadrados plantado en la Plaza de España. Este amigo tenía razón, es bueno, y todas las figuras son de un único artesano; Jesús Griñan.



El siguiente ha sido un belén de estilo napolitano, aquellos en los que se inspiro Salcillo a finales del XVIII, propiedad de Jesualdo Riquelme abuelo de la Marquesa de las Almenas y Corvera, propietaria de un palacete donde hoy se alza el Ayuntamiento y que contiene nuestro belén napolitano.
En el templo parroquial de San Francisco Javier se encuentra la XI Exposición de Navidad constituida por pequeños y no tan pequeños, montajes belenísticos y dioramas de diversas tendencias que nos han dejado un buen sabor de Boca.



Lo mejor de la mañana ha sido la visita al belén marinero de Santiago de la Ribera una magnifica representación costumbrista del entorno del Mar Menor. Numerosos detalles nos harán reconocer, casi de inmediato costumbres y tradiciones populares representadas con mimo, una amplia galería de tipos humanos, con retratos increíblemente realistas en acciones y trabajos cotidianos que son una verdadera orgia para los sentidos.



Es la hora de comer que solventamos en un restaurante típico de la zona. Resuelto lo del condumio nos acercamos hasta el centro comercial Dos Mares donde contemplaremos un coqueto belén al más puro estilo popular. Genial el grupo de la señora embromada por los chiquillos y que cae rompiendo toda la cesta de huevos. Perfectamente representados, hasta es posible contemplar la humedad que produce la clara al desparramarse por el suelo.



Un poco más nos costó encontrar el belén de Agrícola la Grajuela, ubicado en el centro cívico entre campos de labor. Belén costumbrista donde faenas y utensilios agrícolas están perfectamente representados. Dos detalles me impactaron de manera especial; uno una gallina en un cesto con sus huevos; simplemente genial. Desde la textura de las plumas al color de los huevos el artesano ha conseguido transmitir vida y naturalidad; hay que verla. De otra; el detalle de esa sartén en grupo de la Anunciación de los Pastores con unos huevos el plena acción de fritura.













De noche y algo saturados decidimos saltarnos el belén del Mirador que prometemos visitar en una nueva ocasión y regresar a la capital, nos esperan otros cuatro belenes, pero eso ya es otra historia que espero poder traer aquí próximamente.


  
Mariano Vicente, martes 29 de diciembre de 2015.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Belenes 2015 - I


Hoy ha sido una mañana estupenda, invadida por la nostalgia. Recuerdos imborrables de la niñez, de aquellas figuritas de barro y patas de alambre. De montañas de arpillera y yeso, de harina por nieve y papel de aluminio por aguas cristalinas. Trabajados anacronismos en los que cada pueblo quiere reflejarse. Ilusión a raudales, esfuerzo en abundancia, y tiempo, mucho tiempo emplean estos “artesanos” del belén, aunque yo creo que les hace mas justicia la de artistas, como José Antonio, toda una institución en Alquerías. Mantiene un belén que monta y desmonta cada año, un belén diseñado en dos pisos y que contiene más de 2000 figuras. Este año la novedad está en la “Romería de la Fuensanta”. Hay que ir a verlo y él estará encantado de mostrárnoslo. Y como no podía ser de otra manera ha dejado discípulos, tan avezados que han terminado enseñando al maestro, en especial en el uso de nuevos materiales, podemos comprobarlo; sin salir de Alquerías, en el estupendo belén que montan en Floristería Verónica.



Diez kilómetros de carril-bici hemos recorrido para llegar a Alquerías que tendremos que deshacer en parte para llegar a Puente Tocinos donde se encuentra la Casa del Belén, con una exposición permanente. En la “auto” proclamada cuna del belén, a pesar de que algunos artesanos como Manuel Ortigas Méndez que realizo la mayor parte de su producción en el Barrio del Carmen en Murcia, más concretamente en la Calle Torre de Romo. Otros están repartidos por toda la huerta de Murcia y localidades aun más lejanas, Santomera, Cañada Hermosa, Rambla Salada, Algezares, Torre-Pacheco y hasta la propia ciudad de Murcia, pero sí, para ajustarnos a la verdad, algunos son de Puente Tocinos.



Se nos agota el tiempo, ya fuera de horario visitamos el belén municipal y emprendemos el regreso a Murcia, nos quedan importantes belenes pendientes, especialmente en la capital, pero esa es otra historia que dejamos para una próxima salida.



Mariano Vicente, 28 de diciembre de 2015.   

martes, 22 de diciembre de 2015

Feliz Navidad y Prospero 2016


De todo corazón, os deseo a todos unas felices pedaladas para el año que viene
Nos vemos en el camino


domingo, 6 de diciembre de 2015

Tres días al sol (De Almería a Águilas en bicicleta) III

Jornada III (De Carboneras a Águilas)



Es algo tarde, voy al baño, de regreso miro la cama, mi silueta grabada en el colchón, acogedor y tibio me atrae como un abismo insondable y me precipito en él. Me despierto sobresaltado, miro el reloj, son las nueve. No pasa nada, tengo tiempo, mi tren no sale de Águilas hasta las 18.45, recojo con calma y bajo a desayunar; churos y café. Es el mismo local en el que cene anoche, por cierto  estupendamente, y también he dormido. Propiedad, como otros muchos de un tal Felipe, hoteles, restaurantes, bares... da la sensación de que medio pueblo le debe pertenecer. Pregunto si por casualidad tienen un poco de aceite para la cadena, amables se preguntan entre ellos y el encargado del hotel me lo proporciona. ¡Que falta le hacía a la pobre, después de tanta arena y pedregales!



La carretera continúa junto a la costa. Paso bajo el polémico Algarrobico antes de comenzar la preciosa subida al alto de la Granatilla, que no se hace tan dura. Si sorprende la siguiente, corta, pero que obliga a emplearse a fondo. Fascina, al resguardo de una curva, la visión de los esqueletos fantasmagóricos de una malograda urbanización, junto a una torre medieval y un campo de gol.



Montaña Indalo, la Garrucha, Vera Playa, etc., se suceden a lo largo de la costa como las cuentas de un rosario, cuentas blancas sobre arenas negras. Este tipo de enclaves me suscitan una extraña mezcla de amor y odio. Me gustan por la variedad de tipos humanos que encuentras en ellas, depredadores y depredados, estos últimos encantados de haberse conocido, contentos y felices de que los fagociten. 

  
 
Una rambla, la del Agua, pone la nota de color con los copos amarillos de los juncos y el verde de sus aguas sobre las que navegan elegantes las aves. A la salida de Molinicos, una torre vigía, moderna, del XVIII que junto a otras muchas, antiguas y modernas, jalonan la costa. Se construyeron para defenderse de la piratería berberisca que asolaba estas tierras hasta bien entrado el XIX.




El sol pega de plano en este medio día sin viento, falta poco para el Pozo del Esparto dónde voy a comer. Es curioso, en este local he comido dos veces y las dos han sido con la bicicleta. Recuerdo; que en la primera aún no habían urbanizado el pequeño paseo marítimo, y comí bajo un toldo en la misma playa. Se sigue comiendo como la primera vez; bien y barato. Hoy un sabroso potaje de primero, atún a la plancha de segundo y arroz con leche de postre. Café incluido diez euros.



Me molesta equivocarme, no tanto por los kilómetros de más, si no por el hecho de dejarme llevar por la carretera y no por mi intuición. Mi primer impulso fue dirigirme hacia Terreros, en cambio seguí las indicaciones que me encaminaban a Águilas y termine en la circunvalación, carretera amplia y con arcén, pero poco atractiva. A la primera oportunidad he regresado a la vieja compañera, aún antes de Terreros. Últimas calas andaluzas y entramos ya en la región murciana. El Castillo de San Juan vigila nuestro paso, la estación esta cerca y con ella el final de nuestro viaje.



Mariano Vicente, 2 de diciembre de 2015    

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sábado, 5 de diciembre de 2015

Tres días al sol (De Almería a Águilas en bicicleta) II

Jornada II (De San José a Carboneras)


Estoy en un hotel en el que las habitaciones dan a un patio, patio andaluz, con fuente y plantas. Mi habitación da a este patio por la parte de poniente y aun esta oscuro. La ventana del baño que da levante está perfectamente iluminada. Remoloneo un rato entre las sabanas. Me levanto, aseo y recojo para la nueva jornada. No lo he dicho pero la bici ha dormido conmigo, la había dejado en el patio, no era probable que nadie la tocara, la miraba a través de la puerta de cristal, me dio pena y la metí dentro, había sitio de sobra.



Abandono el pueblo en dirección norte para tomar una pista que en subida se va al este. Pronto se deteriora y hay que echar pie a tierra, se hace penosa. Arrastro la bici por un pedregal de pendientes imposibles, solo te compensa las magnificas vistas de San José y la sierra de Gata. Bajo la Torre de Los Frailes; el collado; al otro; lado el mar, y el mismo pedregal de la subida. Merece la pena detenerse un rato y disfrutar de las vistas que se nos ofrecen y para los que lo necesitamos, recuperar el aliento. Yo estos caminos colgados de los acantilados los disfruto y sufro a un tiempo por el dichoso vértigo que me impide mirar hacia el vacío. Timorato, solo miro al camino o a la pared de mi lado. A veces me sublevo dejo la bici y con mucho esfuerzo me asomo al abismo. Una flojera me recorre casi de inmediato de los pies al estómago y de allí salta directamente a la cabeza. Si estoy solo, hay veces que logro dominarla, pero si estoy acompañado y alguien hace el más mínimo movimiento ¡hay entonces! el vértigo me domina, anula mi voluntad y soy incapaz de moverme. Que mal lo paso. Hoy voy solo y puedo "disfrutar" del peligro y del paisaje.



La costa se aleja hacia el noreste, jalonada de puntas y ensenadas hasta perderse de vista. Tierra áspera, árida, de cabezos pelados, la única humedad parece provenir del mar, salada y escasa a la que la vegetación se adapta y mimetiza. Plantas ralas, humildes, casi sin hojas, hasta las flores son pequeñas, diminutas, acostumbradas a vivir con lo justo. La pista mejora poco a poco, especialmente a partir del viejo cuartel abandonado de la Guardia Civil. Las vistas hasta mejoran si es que esto es posible; el mar, sin viento, está totalmente en calma, de un azul profundo; en las orillas, un verde transparente deja ver las rocas como a través de un cristal. Rocas negras, puntiagudas como agujas, rompen la tersura de las aguas, se introducen en el mar como los dedos de una mano. Al fondo los acantilados blancos de Las Amatistas.



Bajamos, se suceden las calas una tras otra casi sin solución de continuidad. Se ensancha el paisaje y ya al nivel del mar nos encontramos con el castillo de San Felipe; salimos a la carretera, pasamos la Isleta del Moro y seguimos hasta Rodalquilar. Intento frustrado de visitar el centro de información, pero está abierto el jardín botánico; visita relámpago y a la carretera. Desisto de entrar en Las Negras y me dirijo a Las Hortichuelas; la Baja y la Alta, nosotros respetuosos, pasamos por el centro. Al llegar a la segunda me detengo frente a tres grandes pinos; centenares de pájaros, de un color gris, mantienen una cacofonía increíble, en algún momento me descubren y huyen en desbandada. Cuando he avanzado solo unos metros, regresan de nuevo. Comienzo la subida al alto de Bornos. ¡Joder con la subidita! El sol, este sol de invierno, “pica” casi como en verano. Se ha dejado notar ¡y bien! Subida de fuerte porcentaje y orientada al sur en la que hemos tenido que sufrir para superarla.



Descenso cómodo hasta Fernán Pérez, que a simple vista me parece un pueblo triste y poco atractivo y además la carretera de Agua Amarga sale casi a la entrada. El paisaje se abre, al fondo brilla el plástico de los invernaderos. La carreterilla de Agua Amarga pica algo hacia abajo en un paisaje de puro desierto, solo sobrevive el esparto y alguna plata rastrera. En la rambla de suceden las ruinas de viejos pozos hoy inútiles; alguna casa aislada. Un grupo de arboles señala la presencia de Agua Amarga. Tengo hambre, mejor paro a comer. Busco un bar, solo hay uno abierto "Bar La Hoya - Especialidad en Pescado Fresco del día y Paellas".
Me siento en la terraza.

- Buenas, para comer algo
- Tenemos cazón muy bueno
- Me vale ya hace tiempo que no le pruebo, con un poco de ensalada, por favor

Mientras espero, recibo la visita de un par de gatos, se sientan a mi lado y me miran con ojos tiernos ¡y eso que aún no me han traído el pescado!
El cazón está muy bueno, solo frito con un poco de harina y acompañado con algo de lechuga. Exquisito. Para bajar la comida nada como una buena cuesta y si se nos queda corta; dos. Subimos así hasta la Mesa de Roldan, con faro y torre vigía. Desgraciadamente, esta última está cerrada con unas vallas por obras; no se ve a nadie, después del esfuerzo para subir me sabe mal no acercarme hasta la torre, me arriesgo y subo. Justo en el momento de hacer la foto un señor me hecha de allí con cajas destempladas. Me dejo caer hasta Carboneras. Fin de la jornada.



Mariano Vicente, 1 de diciembre de 2015

viernes, 4 de diciembre de 2015

Tres días al sol (De Almería a Águilas en bicicleta) I

 Jornada I (De Almería a San José)





A pesar del título; la historia da comienzo de noche, entre calles desiertas y la luz mortecina de las farolas. Un hombre camina presuroso arrastrando una maleta hacia la estación de ferrocarril, nosotros vamos a la de autobuses. Una pareja furtiva se besa junto al pretil del río. En la estación de autobuses hay un tenue trajín de viajeros. Preparo la bici envolviéndola en una mortaja de plástico. Ya en el autobús me siento en la parte izquierda, quiero ver amanecer. Nos ponemos en movimiento, la oscuridad lo envuelve todo poco a poco. Aquí y allá pequeños grupos de luces recuerdan a un gigantesco belén. El autobús devora monótono los kilómetros y a mi me invade el sopor; cierro los ojos; cuando los abro, se empieza a ver una línea entre verde y morada que el sol dibuja en el horizonte.



Se ve un mar, pero es de plástico, un mar de invernaderos. En lo alto de los cabezos se enreda la niebla. Ahora sí, ahora se ve el mar, quieto, gris como de plomo que al acercarnos transmuta al azulado. La estación de autobús; la de ferrocarril; una pasarela y el paseo marítimo, una terraza. Tomo un café; preparo el gps; selecciono el track, que me llevará a pasar tres días al sol, un sol tibio de invierno, un sol Mediterráneo. Pretendo recorrer la costa entre Almería y Águilas ya en la Región de Murcia. Cerca de 200 kilómetros repartidos en tres días; de Almería a San José en el Cabo de Gata, el segundo hasta Carboneras, finalizando en Águilas el tercero. La mayor parte del recorrido transcurre en el Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar, espacio natural pionero en Andalucía al incluir tanto la parte terrestre como marítima. 


 
Comenzamos nuestra andadura por el paseo marítimo, por un carril-bici hasta la universidad, constreñido entre las últimas edificaciones de la ciudad y un mar amigable. Continuamos por una carretera, en algunos tramos, defendida por muros de la violencia del mar, que nos llevará hasta Costacabana. Pedaleamos ahora, entre la arena y la sufrida vegetación de las dunas; en algún punto, la arena bloqueará las ruedas. Inmutable, la torre del Perdigal contempla nuestro paso. Sopla un ligero levante otoñal; el mar, al resguardo del cabo, espejea en calma.



Una amplia playa, mancillada por miles de diminutas, caóticas pisadas; asustadas decenas de aves alzan el vuelo. Un puerto en la arena, cabrestantes de madera, barcas tostándose al sol, sus panzas secas, paisaje que habla de trabajo duro, de hombres curtidos por el viento y la sal, rudos, humildes. Una rambla y al otro lado la fortificación de Casa Fuerte. El Retamar, y sus accesos a las playas por pasarelas de madera que suenan a nuestro paso. En el horizonte la ermita de Torre Garcia, donde se celebra romería de la Virgen del Mar, patrona de Almería; a su lado la antigua torre vigía. A su sombra, las ruinas de una industria romana de salazones.



Cruzamos la rambla de las Amoladeras donde la erosión ha dejado al descubierto las paredes de un viejo pozo que asemeja una fantasmal chimenea. Nos aceramos a la desembocadura rambla Morales, inundada hasta la misma playa, plena de arenas que nos hará penoso el paso. Las aves se pasean desvergonzadas a escasos metros, aguas adentro, lejos de nuestras cuitas.



Cabo de Gata, recuerdos de casas multicolores, casas humildes, menesterosas, a las que han colocado unos adosados para hacerles compañía. Es buena hora para comer; un restaurante, el Mediterráneo; los parroquianos, todos "guiris"; no me apetece, continuo. En las salinas sestean los flamencos y se afanan las gentes del cine. ¡Prohibido el paso, se rueda! Tengo que buscar una senda que me lleve a la carretera. En la Almadraba; un bar del mismo nombre. Soy el único cliente.




-Una cerveza por favor, grande si es posible. Como tapa me ponen una cazuelita de lentejas; no es mi mejor opción, pero que se le va hacer. Para la segunda ya pregunto.

-Sardinas escabechadas me contestan. Sea, respondo pues hace tiempo que no las cómo y por esta zona las suelen hacer sabrosas.

El cabo y su faro. Dura subida a la Torre de Vela Blanca. Paisaje con cabezos de cabelleras cenicientas; manchas blancas en laderas rotas; el agua, azul profundo; las playas, negras. Al otro lado de los cabezos, las virginales playas del Mónsul y los Genoveses; más allá, puntos blancos de cal nos anuncian San José. Lunes, 30 de noviembre, tiendas y bares cerrados, casi un pueblo fantasma, ni un alma por la calle. Baja el escudo frío de la noche, entro en el hotel.



Mariano Vicente, 30 de noviembre 2015

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