viernes, 4 de diciembre de 2015

Tres días al sol (De Almería a Águilas en bicicleta) I

 Jornada I (De Almería a San José)





A pesar del título; la historia da comienzo de noche, entre calles desiertas y la luz mortecina de las farolas. Un hombre camina presuroso arrastrando una maleta hacia la estación de ferrocarril, nosotros vamos a la de autobuses. Una pareja furtiva se besa junto al pretil del río. En la estación de autobuses hay un tenue trajín de viajeros. Preparo la bici envolviéndola en una mortaja de plástico. Ya en el autobús me siento en la parte izquierda, quiero ver amanecer. Nos ponemos en movimiento, la oscuridad lo envuelve todo poco a poco. Aquí y allá pequeños grupos de luces recuerdan a un gigantesco belén. El autobús devora monótono los kilómetros y a mi me invade el sopor; cierro los ojos; cuando los abro, se empieza a ver una línea entre verde y morada que el sol dibuja en el horizonte.



Se ve un mar, pero es de plástico, un mar de invernaderos. En lo alto de los cabezos se enreda la niebla. Ahora sí, ahora se ve el mar, quieto, gris como de plomo que al acercarnos transmuta al azulado. La estación de autobús; la de ferrocarril; una pasarela y el paseo marítimo, una terraza. Tomo un café; preparo el gps; selecciono el track, que me llevará a pasar tres días al sol, un sol tibio de invierno, un sol Mediterráneo. Pretendo recorrer la costa entre Almería y Águilas ya en la Región de Murcia. Cerca de 200 kilómetros repartidos en tres días; de Almería a San José en el Cabo de Gata, el segundo hasta Carboneras, finalizando en Águilas el tercero. La mayor parte del recorrido transcurre en el Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar, espacio natural pionero en Andalucía al incluir tanto la parte terrestre como marítima. 


 
Comenzamos nuestra andadura por el paseo marítimo, por un carril-bici hasta la universidad, constreñido entre las últimas edificaciones de la ciudad y un mar amigable. Continuamos por una carretera, en algunos tramos, defendida por muros de la violencia del mar, que nos llevará hasta Costacabana. Pedaleamos ahora, entre la arena y la sufrida vegetación de las dunas; en algún punto, la arena bloqueará las ruedas. Inmutable, la torre del Perdigal contempla nuestro paso. Sopla un ligero levante otoñal; el mar, al resguardo del cabo, espejea en calma.



Una amplia playa, mancillada por miles de diminutas, caóticas pisadas; asustadas decenas de aves alzan el vuelo. Un puerto en la arena, cabrestantes de madera, barcas tostándose al sol, sus panzas secas, paisaje que habla de trabajo duro, de hombres curtidos por el viento y la sal, rudos, humildes. Una rambla y al otro lado la fortificación de Casa Fuerte. El Retamar, y sus accesos a las playas por pasarelas de madera que suenan a nuestro paso. En el horizonte la ermita de Torre Garcia, donde se celebra romería de la Virgen del Mar, patrona de Almería; a su lado la antigua torre vigía. A su sombra, las ruinas de una industria romana de salazones.



Cruzamos la rambla de las Amoladeras donde la erosión ha dejado al descubierto las paredes de un viejo pozo que asemeja una fantasmal chimenea. Nos aceramos a la desembocadura rambla Morales, inundada hasta la misma playa, plena de arenas que nos hará penoso el paso. Las aves se pasean desvergonzadas a escasos metros, aguas adentro, lejos de nuestras cuitas.



Cabo de Gata, recuerdos de casas multicolores, casas humildes, menesterosas, a las que han colocado unos adosados para hacerles compañía. Es buena hora para comer; un restaurante, el Mediterráneo; los parroquianos, todos "guiris"; no me apetece, continuo. En las salinas sestean los flamencos y se afanan las gentes del cine. ¡Prohibido el paso, se rueda! Tengo que buscar una senda que me lleve a la carretera. En la Almadraba; un bar del mismo nombre. Soy el único cliente.




-Una cerveza por favor, grande si es posible. Como tapa me ponen una cazuelita de lentejas; no es mi mejor opción, pero que se le va hacer. Para la segunda ya pregunto.

-Sardinas escabechadas me contestan. Sea, respondo pues hace tiempo que no las cómo y por esta zona las suelen hacer sabrosas.

El cabo y su faro. Dura subida a la Torre de Vela Blanca. Paisaje con cabezos de cabelleras cenicientas; manchas blancas en laderas rotas; el agua, azul profundo; las playas, negras. Al otro lado de los cabezos, las virginales playas del Mónsul y los Genoveses; más allá, puntos blancos de cal nos anuncian San José. Lunes, 30 de noviembre, tiendas y bares cerrados, casi un pueblo fantasma, ni un alma por la calle. Baja el escudo frío de la noche, entro en el hotel.



Mariano Vicente, 30 de noviembre 2015

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2 comentarios:

  1. Bonita ruta salina y preciosistas tus palabras.

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  2. Una ruta en una zona extraordinaria y un cronista de lujo. animo Mariano muy bueno, ojala en breve pueda hacer alguna en tu compañia, un abrazo.

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