Corren raudas la nubes hacia levante, dejando jirones de sus
negros vientres en las altas copas de los arboles. El día ha amanecido nublado
y con muchas posibilidades de lluvia. El sellado de la credencial ha producido
alguna sorpresa entre los empleados de la oficina del peregrino, que se ha
transformado en interés cuando les he explicado nuestro propósito de unir Santiago,
Liébana y Caravaca, máxime siendo el próximo año jubilar en Caravaca.
Un buen desayuno y al camino. Camino saturado ya de
peregrinos ¡y estamos a primeros de de junio! Peregrinos en su mayoría
extranjeros, nos ha costado encontrar respuestas al saludo que fueran en
nuestro idioma. Mucho, pero mucho alemán. Se ha mantenido esta tónica hasta la
población de Azúa, bajando considerablemente el número de peregrinos por el
camino primitivo.
La única tormenta del día nos ha sorprendido a cubierto.
Estábamos reponiendo fuerzas en la churrería Furanchu, cuando ha caído la tromba
de agua. Y como a grandes males grandes remedios, hemos hecho tiempo con una
buena ración de pulpo. Extraño animal que mejora mucho después de muerto y
cocido, más si lo aderezas con algo de pimentón, mejor si es al cincuenta por
ciento de dulce y picante.
La jornada se ha hecho dura, por el kilometraje y el
desnivel, pero en especial por ese constante sube y baja al que te someten
estas tierras gallegas, terminando por destrozarte, aburrirte y desesperarte. Y
no es cuento la subida desde la orilla izquierda del Miño hasta el hotel situado
junto a la muralla; casi en línea recta.
Hasta Azúa la mayor parte del recorrido ha sido por el
camino francés, compartido en ocasiones con la carretera. En el primitivo la
mayor parte hemos utilizado la carretera donde nos ha parecido que ahorrábamos kilómetros
o esfuerzos y cuando no el camino. Sufrido una y otra vez la “famosa” dorsal
gallega que uno no sabe bien ni de dónde viene ni adónde va pero que a ti te
hace subir constantes pendientes, hasta alturas que poco a poco se aproximan a
los setecientos metros de altura, que pierdes en un santiamén y vuelta a
empezar. El paisaje compensa, por ese verde omnipresente de mil matices
presentado, desde verde grisáceo de las boscosas plantaciones de eucaliptos al
verde blanquecino de los robles con sus tyroncos recubiertos de líquenes, o
esos prados, algunos diminutos, que salpican aquí y allá, en esta época
pintados de violetas.
Compensa por pueblos como Sobrado y su monasterio cisterciense
de Santa María, quizá más conocido como el monasterio de Sobrado de los Monjes,
bueno Sobrado dos Monxes que estamos en Galicia; afortunadamente declarado
patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Compensa por pueblos como Friol,
perdido en mitad de los montes, pero con un encantador parque ribereño que es
una delicia. Compensa por la entrada a Lugo por esa pasarela colgante y
peatonal que te proporciona unas magnificas vistas de las feraces riberas de
del Miño. Compensa por la propia ciudad de Lugo, por su muralla, por su casco
antiguo y por sus estupendos locales de tapas. Cerveza fría y abundante y rico
condumio, que más se puede pedir.
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