martes, 7 de junio de 2016

Triangulo Santo: Jornada 1 Santiago-Lugo





Corren raudas la nubes hacia levante, dejando jirones de sus negros vientres en las altas copas de los arboles. El día ha amanecido nublado y con muchas posibilidades de lluvia. El sellado de la credencial ha producido alguna sorpresa entre los empleados de la oficina del peregrino, que se ha transformado en interés cuando les he explicado nuestro propósito de unir Santiago, Liébana y Caravaca, máxime siendo el próximo año jubilar en Caravaca.

Un buen desayuno y al camino. Camino saturado ya de peregrinos ¡y estamos a primeros de de junio! Peregrinos en su mayoría extranjeros, nos ha costado encontrar respuestas al saludo que fueran en nuestro idioma. Mucho, pero mucho alemán. Se ha mantenido esta tónica hasta la población de Azúa, bajando considerablemente el número de peregrinos por el camino primitivo.



La única tormenta del día nos ha sorprendido a cubierto. Estábamos reponiendo fuerzas en la churrería Furanchu, cuando ha caído la tromba de agua. Y como a grandes males grandes remedios, hemos hecho tiempo con una buena ración de pulpo. Extraño animal que mejora mucho después de muerto y cocido, más si lo aderezas con algo de pimentón, mejor si es al cincuenta por ciento de dulce y picante.

La jornada se ha hecho dura, por el kilometraje y el desnivel, pero en especial por ese constante sube y baja al que te someten estas tierras gallegas, terminando por destrozarte, aburrirte y desesperarte. Y no es cuento la subida desde la orilla izquierda del Miño hasta el hotel situado junto a la muralla; casi en línea recta.

Hasta Azúa la mayor parte del recorrido ha sido por el camino francés, compartido en ocasiones con la carretera. En el primitivo la mayor parte hemos utilizado la carretera donde nos ha parecido que ahorrábamos kilómetros o esfuerzos y cuando no el camino. Sufrido una y otra vez la “famosa” dorsal gallega que uno no sabe bien ni de dónde viene ni adónde va pero que a ti te hace subir constantes pendientes, hasta alturas que poco a poco se aproximan a los setecientos metros de altura, que pierdes en un santiamén y vuelta a empezar. El paisaje compensa, por ese verde omnipresente de mil matices presentado, desde verde grisáceo de las boscosas plantaciones de eucaliptos al verde blanquecino de los robles con sus tyroncos recubiertos de líquenes, o esos prados, algunos diminutos, que salpican aquí y allá, en esta época pintados de violetas.



Compensa por pueblos como Sobrado y su monasterio cisterciense de Santa María, quizá más conocido como el monasterio de Sobrado de los Monjes, bueno Sobrado dos Monxes que estamos en Galicia; afortunadamente declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Compensa por pueblos como Friol, perdido en mitad de los montes, pero con un encantador parque ribereño que es una delicia. Compensa por la entrada a Lugo por esa pasarela colgante y peatonal que te proporciona unas magnificas vistas de las feraces riberas de del Miño. Compensa por la propia ciudad de Lugo, por su muralla, por su casco antiguo y por sus estupendos locales de tapas. Cerveza fría y abundante y rico condumio, que más se puede pedir.



En Lugo, frente a la muralla, un lunes del mes de junio.   

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