Navegamos casi a ciegas, un manto húmedo de niebla lo cubre
todo, se condensa en los cabellos, en
los tubos de la bicicleta, en el casco y gotea como si lloviera. Pero nos
preocupa más el tráfico que no vemos hasta no tenerlo en cima. Llevamos las
luces encendidas pero servirán de poco. Hacemos un alto a esperar que despeje.
Los peregrinos pasan como fantasmas envueltos en la capa húmeda con la que se
ha cubierto la mañana. Después de un rato decidimos seguir. De la carretera
algo, del paisaje no vemos nada. Pasan lo kilómetros, pero no la niebla, que
con el paso de las horas se irá convirtiendo en una espesa capa de nubes que
nos impedirá ver el sol.
La nacional 634 se convertirá en nuestra aliada para devorar
kilómetros. Pasan veloces, etéreos, como ausentes los pueblos, apenas unas
pocas casas, algún hórreo, el mugido de alguna
vaca. El paisaje diluido, la carretera difuminada. A Salas la dejamos atrás, al
igual que Cornellana y veloces llegamos a Grado; preguntamos a una señora por un
lugar para almorzar.
-Yo mismo les doy, les puedo hacer unos bocadillos calientes
Nos debió ver cara de espanto porque enseguida se apresuró a
decir:
-No se preocupen, yo tengo un bar, ese pequeñito de ahí
delante.
-No faltaría más señora, que lo que hay es hambre y si usted
nos lo soluciona, el trato ya está hecho.
Casualidades de la vida, entre todos los transeúntes que por
la plaza iban, venir a preguntar a la dueña de un bar cercano. Unos bocatas calientes
de lomo fresco adobado y otros de chorizo ligeramente picante hemos devorado en
menos tiempo del que cuesta contarlo, en plena calle viendo pasar a las guapas
mozas del lugar. Pero el día no acompaña y termina haciendo frío, por lo que
hemos decidido continuar y entrar en calor.
Dejamos la nacional 634 que nos ha acompañado, hasta el
momento en Peñaflor, para seguir el camino que serpentea junto al otro lado del
Nalón. El camino; misterioso, en un meandro, se aleja internándose en la
espesura. Se retuerce y coquetea con porcentajes imposibles, el piso cubierto
de hojarasca, húmedo y resbaladizo. Cuando
el follaje se abre es casi peor. Rampas hormigonadas que no bajan del 25% nos harán
retorcernos sobre los pedales, tensar los músculos hasta un punto de no
retorno.
Oviedo esta cerca; a la entrada decidimos visitar Santa
María del Naranco y San Miguel de Lillo, lo que no hará subir de nuevo, pero la
belleza del lugar y de las construcciones bien lo merece. Desde aquí a la
Catedral de San Salvador a sellar la credencial.
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