martes, 14 de junio de 2016

Triangulo Santo: Jornada 9 Burgos-Quintanar







Burgos nos despide con temperatura fresca, nueve grados, mientras que en mi tierra no ha bajado el termómetro de los treinta grados en toda la noche. Nosotros hemos tenido que abrigarnos por el viento de poniente, más bien fresquito. Hemos desayunado frente al hotel junto a cinco ciclistas más que hacían el Camino de Santiago.



Salimos de Burgos en dirección a Sopeña. Extensos campos cercan la carretera y tiñen el paisaje del color del cereal sin espigar. Los pueblos se distinguen como simples manchas ocres entre el verde inconmensurable de los sembrados. Sus iglesias macizas, grises, duras como el terreno en que se asientan, resisten como pueden el paso de los siglos.



Unos postes hectométricos delatan el “famoso” ferrocarril Santander-Mediterráneo. La plataforma discurre junto a la carretera en numerosos tramos, aun conserva el balasto y es fácilmente distinguible.

En Sopeña y Revilla del Campo comienzan los recuerdos de aquél Camino del Cid que realice hace años. El paisaje sigue igual, pero los pueblos han cambiado. Y lo han hecho a mejor; las casas restauradas o reparadas, todo está más limpio y presentable. He recuperado un párrafo de aquel viaje que refleja la impresión del momento “... pueblos fantasmales en medio de ninguna parte, pueblos del páramo, decadentes, en las calles ni un alma, ni los perros ladran, la sensación de soledad es muy fuerte, casi absoluta. Se adivina que alguien habita el lugar, algún vehículo aparcado en el interior de una vieja cuadra transformada en improvisada cochera, aperos de labranza aquí o allá, solo la fuente en el manar de sus chorros de agua cristalina muestra algo de vida...



Los abantos vuelan en círculos sobre mí. Al principio no les doy más importancia; pero cada vez sus círculos son más bajos, más concéntricos y me usan a mí como vértice. La sorpresa ha sido cuando se han dejado caer a unos cien metros delante de mí en el mismo arcén de la carretera. No sé si soy valiente o no, pero enseguida han venido a mi mente las noticias sobre ataques a animales vivos; y yo estoy medio muerto. Gracias a un tráiler que me ha adelantado a toda velocidad y les ha obligado a levantar el vuelo hasta un prado vecino. He aprovechado la confusión para poner pies en polvorosa.


   
Entre estas y otras disquisiciones y algún dinosaurio que nos sale al paso, se hace la hora de comer y Salas de los Infantes puede ser un buen lugar para ello. El restaurante Azua ha sido el elegido, y no nos arrepentimos. Macarrones y carne guisada ha sido el menú, que hemos completado con una cuajada.
La vega del Arlanza, plena de alisos, sauces y fresnos en este final de la primavera, nos ha conducido hasta Quintanar de la Sierra, pueblo en el que hemos decidido pernoctar y dejar para mañana una etapa relativamente corta que nos permita explayarnos un poco por la ciudad de Soria.

Mariano Vicente, martes 14 de junio de 2016.

algunas fotos...              el track

 

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